En Villaoscura el cielo estaba siempre cubierto de nubes negras. Por las noches, las nubes negras descargan una lluvia intensa, de gruesas gotas, de esas que hacen daño cuando te tocan la piel.
Al amanecer, las nubes negras seguían allí, cubriendo Villaoscura, sin dejar que el sol asomara ni siquiera un poquito.
Y así, día tras día, las nubes eran cada vez más negras, y la lluvia nocturna cada vez más fuerte.
Los vecinos de Villaoscura ya se había acostumbrado a aquello, y no decían nada. Al despertar miraban al cielo y, con las nubes negras reflejadas en su rostro, empezaban el día, un día gris y triste, como todos los demás.
Un día llegó a Villaoscura un joven al que nadie había visto nunca por allí. El chico llamaba mucho la atención, no solo por su ropa de alegres colores, sino por la alegre sonrisa que lucía.
El muchacho se presentó en el ayuntamiento y pidió hablar con el alcalde. Este lo recibió y le preguntó:
—¿En qué puedo ayudarle?
El chico respondió:
—Vengo a prestar mis servicios profesionales. Creo que puedo ayudarles.
El alcalde contrajo la cara en un extraño gesto y le preguntó:
—¿En qué puede usted ayudarnos? No necesitamos nada.
El chico se rio alegremente. El alcalde dio un respingo. Hacía tanto tiempo que no oía a nadie reír que se sorprendió.
—Soy soplador de nubes negras, el mejor que encontrará en todo el continente —dijo el chico.
—¿Soplador de nubes negras? —preguntó el alcalde—. No se ofenda, pero eso que usted dice es una tontería. Y si pretende timarnos diciendo que sabe cómo hacer que desaparezcan estas nubes que hay en Villaoscura, olvídese, porque lo hemos probado todo y no se van.
—No me ofendo, señor alcalde —dijo el chico—. Hagamos un trato. Usted me deja trabajar un par de días y, si el resultado le parece bien, me paga. Si no, me voy y quedamos en paz.
El alcalde accedió y el joven soplador se fue a empezar su faena.
El chico empezó a repartir unos panfletos invitando a la gente a que se reuniera con él en el parque. La gente no entendía muy bien de qué iba a aquello, pero la curiosidad por ver qué hacía un soplador de nubes negras los animó a acercarse.
S
egún iba llegando la gente, el muchacho se acercaba. Con los mayores hablaba, con los niños jugaba. En apenas una hora la gente reía, cantaba y algunos incluso bailaba.
—¿Qué hace un soplador de nubes negras? —preguntó un niño.
—Un soplador de nubes negras deshace las penas, enjuaga los llantos, libera sonrisas y descubre mil encantos —dijo el joven soplador.
—¿Qué? —preguntó el niño.
—Mirad al cielo —dijo el soplador.
Todos los vecinos de Villaoscura alzaron la vista. Y allí estaba, el cielo despejado con un sol brillante y triunfal, saludando en lo más alto.
Nadie vio nunca más al soplador de nubes negras. Lo que sí que vieron a partir de entonces a diario fue el sol bañando de alegría cada rincón de la ciudad.