Era el primer día de clase. Todos los niños hablaban sobre cuál sería el superpoder que elegirían si se les presentara la oportunidad. Unos querían tener superfuerza, otros querían volar, otros ver a través de las paredes y los objetos.
Estaban discutiendo sobre ello cuando entró la maestra en clase. La acompañaba una niña con un bastón blanco y unas curiosas gafas oscuras.
—Hola a todos —dijo la maestra—. Como ya me conocéis del curso pasado paso directamente a presentaros a Estela. Es nueva en el cole.
Muchos de los niños empezaron a hablar y preguntar.
—¿Por qué llevas ese bastón?
—¿Por qué llevas gafas oscuras?
—¿Por qué te mueves dando golpes con el bastón y tocando las cosas?
La maestra interrumpió aquel jaleo.
—Ya vale. Estela os lo cuenta, si os calláis.
Estela tomó la palabra.
—Tengo un superpoder, pero tuve que pagar por él y, debido a ello, soy ciega.
—¿No ves? —preguntó Pedro.
—Eso significa ser ciega, sí —respondió Estela.
—Pues yo no cambiaría la vista por nada del mundo —dijo Jimena.
—Ni yo tampoco —dijo Estela—, pero no pude elegir, porque nací así.
Estela se sentó en su sitio, sin ayuda.
—¿Cómo lo has hecho? —preguntaron los niños que estaba a su alrededor.
—Ya os he dicho que tengo un superpoder —dijo Estela.
A lo largo del día Estela no dejó de sorprender a sus compañeros. Estela era capaz de leer en unos libros sin letras llenas de puntitos en relieve, y era capaz de escribir en una máquina que sacaba páginas con esos mismos puntos.
Además, era capaz de oír muchas cosas que los demás no escuchaban, e incluso percibía olores que a los demás les pasaban desapercibidos.
Pero la cosa no quedó ahí. En dos días, Estela fue capaz de reconocer a todos sus compañeros por su voz, incluso era capaz de identificarlos tocándoles la cara.
Aunque lo que más les sorprendía más a todos era cómo se movía Estela por el colegio, y por el barrio, ella sola.
Después de varias semanas, Alicia le preguntó a Estela:
—Estela, ¿cuál es de verdad tu superpoder?
—¿Todavía no te has dado cuenta? —dijo Estela.
No estoy segura —dijo Alicia.
—Ponte una venda en los ojos e intenta salir de la clase e ir al baño sin quitártela —dijo Estela.
—¡No podría ni siquiera llegar a la puerta sin tropezarme! —dijo Alicia.
Cada vez que hagas algo, intenta imaginar lo que sería con los ojos cerrados —dijo Estela.
Alicia se quedó pensativa y, después de un rato, le dijo:
—Sí que tienes un superpoder. ¿Lo cambiarías por tener vista?
Estela ni se lo pensó:
—Soy así, y no hay nada que pueda hacer para cambiarlo. Así que ¿por qué preocuparme de qué haría si las cosas fueran de otra forma? Simplemente vivo con lo que tengo y aprendo a moverme por el mundo. Y me siento agradecida por todas las cosas buenas que me pasan.
Alicia se quedó callada. Estela detectó que no sabía muy bien qué decir, así que dijo:
—Pero si tuviera un superpoder fantástico de esos de los que habláis, me encantaría poder volar. Y lo haría como los murciélagos, guiándome por ultrasonidos.
—¡Mola! —dijo Alicia. Y siguieron hablando de superpoderes fantásticos y de todo lo que harían si pudieran tenerlos.