Hace muchos años, en el corazón del vasto Imperio de Mali, se encontraba la majestuosa ciudad de Timbuktú. Las casas estaban hechas de ladrillos dorados que brillaban con el sol, y las calles siempre estaban llenas de risas y canciones.
En el palacio más grande de todos, vivÃa Mansa Musa, el rey más rico del mundo. Pero a pesar de tener montañas de oro y joyas, habÃa algo que valoraba aún más: el conocimiento.
Un dÃa, mientras paseaba por su jardÃn, Mansa Musa vio a un grupo de niños jugando en el polvo, dibujando figuras con palitos.
— ¿Qué hacéis, pequeños? —preguntó con una sonrisa.
— Estamos dibujando historias, majestad —respondió una niña—. Pero nos gustarÃa aprender a escribirlas.
Mansa Musa se quedó pensativo. Recordó cuando era un niño y su abuela le contaba historias bajo las estrellas. QuerÃa que todos los niños de su reino tuvieran la oportunidad de aprender y soñar.
— ¡Tengo una idea! —exclamó—. Construiremos escuelas y universidades por todo el imperio. Cada niño, sin importar quién sea, tendrá un lugar para aprender.
Los niños aplaudieron y saltaron de alegrÃa. Las noticias se extendieron como el viento, y pronto, maestros de todas partes vinieron a enseñar.
Pero no todos estaban contentos. Un comerciante envidioso, llamado Karim, pensó:
—Si los niños están en la escuela, ¿quién comprará mis juguetes?
Karim intentó persuadir a los padres para que no enviaran a sus hijos a la escuela.
—El oro es más valioso que las palabras —decÃa—. ¿Por qué perder el tiempo en libros?
Pero Mansa Musa no se desanimó. Organizó una gran feria en la plaza principal. HabÃa músicos, bailarines y, lo más importante, una gran carpa llena de libros.
—Venid, niños —dijo Mansa Musa—. Estos libros son tesoros más brillantes que cualquier joya.
Los niños se sumergieron en historias de aventuras, misterios y descubrimientos. A medida que leÃan, sus ojos brillaban de emoción y asombro.
Karim, viendo esto, sintió curiosidad. Se acercó sigilosamente y cogió un libro. A medida que leÃa, una sonrisa se dibujó en su rostro. Se dio cuenta de que habÃa estado equivocado todo el tiempo.
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€”Mansa Musa —dijo—. Me equivoqué. El conocimiento es el tesoro más valioso de todos.
Mansa Musa sonrió y puso su mano en el hombro de Karim.
—Nunca es tarde para aprender —dijo.
Con el tiempo, el Imperio de Mali se llenó de bibliotecas y escuelas. Los niños crecieron siendo sabios y curiosos, y el reino prosperó como nunca antes.
Y asÃ, Mansa Mus demostró que el verdadero tesoro no se mide en oro o joyas, sino en el conocimiento y la sabidurÃa que compartimos con los demás.
En las noches estrelladas, los abuelos contaban la historia del rey que valoraba los libros más que el oro, y los niños soñaban con aventuras y descubrimientos, sabiendo que el mundo estaba lleno de maravillas esperando ser descubiertas.