Guapichulo era un troll muy guapo y elegante, limpio y aseado, que siempre olía bien. A los demás trolls no les gustaba nada que uno de los suyos fuera así por ahí, así que siempre se estaban metiendo con él.
—Vete por ahí, pelo limpio —le decían unos.
—Hay que ver, qué peste a flores silvestres —le decían otros.
—-Si es que no vas más limpio porque no puedes —comentaban los más atrevidos.
Guapichulo decidió abandonar a los trolls y buscarse la vida en otro lugar donde, por lo menos, pudiera ser él mismo.
Así montó su petate y se fue, sin más.
Guapichulo caminó muchos días hasta que llegó a lo que parecía una aldea de seres parecidos a los trolls, pero menos feos y mucho más limpios.
—Estos deben ser los famosos humanos; tal vez pueda quedarme con ellos —pensó Guapichulo.
Pero cuando Guapichulo se acercó, los humanos empezaron a gritar.
—¡Un troll! ¡Un troll!
—Tranquilos, que no soy como los demás —dijo Guapichulo.
—Es verdad, a ti se te ve muy limpio y aseado —dijo una niña.
—Y hueles muy bien —dijo un niño.
—Pero es un troll, y aquí no queremos seres como él —dijo el jefe de la aldea.
—Puedo trabajar y ser útil —dijo el troll.
—Eres un troll, y eso nos basta para no permitir que te quedes —insistió el jefe.
Guapichulo se fue de allí y siguió caminando. Fue de aldea en aldea buscando cobijo, pero en todas le decían lo mismo.
Desesperado, Guapichulo decidió buscar refugio en las montañas.
No tardó mucho en encontrar una cueva.
—Este agujero es perfecto para descansar —dijo Guapichulo en voz alta, solo por oir la voz de alguien, aunque fuera la suya.
Pero no estaba solo.
—Si quieres pasar aquí la noche más te vale asearte primero —dijo una voz—. Ahí tienes jabón y perfume. Al fondo de la cueva encontrarás agua limpia para quitarte la mugre y el mal olor.
Guapichulo no se lo pensó dos veces. Lleva semanas caminando, aseándose como podía en ríos y fuentes. Echaba tanto de menos un buen baño que lo único que pudo decir fue:
—¡¡Gracias!!
Guapichulo se tomó su tiempo para darse aquel baño. Cuando estuvo listo, volvió a la entrada de la cueva y gritó:
—¿Puedo pasar aquí la noche?
—Pasa, por favor, he preparado la cena —dijo la voz.
G
uapichulo se dirigió hace el lugar del que salía la voz. Y allí se encontró un troll. Pero no era un troll como los demás, sino uno como él: limpio, aseado, perfumado y elegante.
—Me llamo Belloencanto —dijo.
—Yo soy Guapichulo. Pensé que no había nadie más en el mundo como yo.
—Yo pensaba lo mismo, hasta ahora.
Los dos trolls cenaron y se contaron sus historias, que resultaron ser muy parecidas.
Aquello no solo fue el comienzo de una gran amistad, sino de la primera colonia de trolls limpios y elegantes de la historia, a la que fueron llegando más y más trolls de todas partes del planeta.
Y todos llegaban pensando lo mismo, que eran los únicos y que estaban solos en el mundo. Que eran raros y que no encajaban.
Pero en aquel lugar encontrar un hogar en el que todos se sentían amados, comprendidos y valorados.