Marianela estaba explorando el bosque, como todos los días al amanecer. Lo que más le gustaba de su pequeña rutina era encontrarse con Gadien, el guardián del bosque. Era un tipo muy curioso que siempre le contaba historias increíbles.
Pero un día Gadien no apareció. Marianela lo buscó durante horas, sin éxito. Era casi la hora de comer cuando la muchacha vio, a lo lejos, a un tipo vestido como Gadien.
Con precaución, y un palo en la mano, Marianela se acercó lo suficiente como para el chico la oyera:
—¡Eh, tú! ¿Conoces a un tal Gadien?
—¡Es mi hermano! Está enfermo. Estoy buscando una planta para curarlo. He dejado el bosque que guardo para venir a ayudarlo.
—¿Necesitas ayuda?
—¡Sí! No soy capaz de encontrar la planta. Por cierto, me llamo Galadien.
Galadien le explicó a Marianela cómo era la planta que buscaba.
—Tranquilo, sé qué planta es. Pero aquí no vas a encontrarla. Te acompaño a buscarla, aunque te advierto que es un camino peligroso.
—No importa, tengo que encontrarla como sea.
Marianela y Galadien se pusieron en marcha. Pero pronto llegaron a un cruce de caminos sin señalizar.
—Vaya, parece que alguien ha destrozado las indicaciones —dijo Marianela.
Una pequeña cabeza asomó detrás de un árbol. Era la maga Arboleda
—Si buscáis la planta sanadora, es por el camino de la izquierda. Pero tened cuidado: hay criaturas muy peligrosas por allí.
—Gracias, tendremos cuidado —dijo Marianela.
Los peligros no se hicieron esperar. Al poco de tomar el camino, una jauría de perros salvajes se lanzó corriendo hacia ellos desde lo alto de una colina.
—¡Corre! —dijo Galadien.
—Nos van a alcanzar —dijo Marianela.
Los lobos estaban a puntos de alcanzarlos cuando Marianela y Galadien empezaron a flotar.
—¡Tranquilos, os tenemos! —dijeron dos águilas, que los había cogido con sus fuertes patas.
—¡Gracias! —dijo Galadien.
—Nos envía la maga Arboleda. Os llevaremos hasta la planta sanadora.
Cuando por fin aterrizaron, Marianela y Galadien pudieron ver la planta. Aunque había un problema: estaba custodiada por un enorme trol.
Marianela tuvo una idea:
—Águilas, escondeos detrás de aquel árbol. Galadiel, presta atención. Voy a distraer al trol. Cuando venga a por mí, coges la planta. Cuando la tengas, corre hacia el árbol. Un águila te recogerá a ti y la otra me recogerá a mí.
¿Y si el trol corres más que tú? —preguntó Galadiel.
—Es un trol, no creo que corra demasiado —dijo Marianela.
—De acuerdo. ¡Vamos!
En apenas dos minutos Galadiel se había hecho con la planta y estaban de nuevo todos en el aire.
—Uf, por los pelos —dijo Marianela—. Creo que me he enfrentado al trol más atlético del planeta.
Al final de la tarde, Gadien estaba curado, así que pudo volver a su trabajo al día siguiente. Y ese fue el primer día que Marianela pudo contarle una historia: las aventuras de Marianela y Galadien en busca de la planta sanadora.
—Gracias por ayudarme —dijo el guardián.
—Eso es lo que hacen los amigos, ¿no? Además, ¿qué iba a hacer yo sin tus historias diarias?
—Ya veo. Mañana te contaré la historia de cómo me puse enfermo.
—Hasta mañana, entonces.