Aquella nave llevaba décadas viajando de galaxia en galaxia, buscando planetas habitados. A su único tripulante, Eniar, le gustaba explorar nuevos mundos. Pero no buscaba riquezas, suministros o combustible. No. Su nave era completamente autosuficiente. Lo único que buscaba Eniar era sentirse amado.
Sin embargo, Eniar no habÃa encontrado eso que anhelaba. En su lugar, en todos los planetas que habÃa visitado siempre lo rechazaban. A veces, incluso lo habÃan intentado capturar o hacer daño.
Después de tanto tiempo Eniar habÃa tirado la toalla. Estaba a punto de darse por vencido cuando en su radar apareció el planeta Tierra. Y decidió darse una última oportunidad. Si después de eso no conseguÃa el amor que buscaba se instalarÃa en cualquier planeta desierto y se querÃa allà solo para siempre.
Eniar aterrizó en una enorme extensión verde. A su alrededor habÃa muchas filas en las que habÃa muchos seres que se habÃan quedado boquiabiertos.
En cuanto Eniar salió de la nave todos empezaron a gritar.
—¡Fuera! ¡Fuera! —gritaban.
Eniar no entendÃa lo que pasaba. En su base de datos habÃa visto que los humanos eras seres impresionables. Y él estaba seguro de que, por lo menos, sentirÃan curiosidad.
—¡Vengo en son de paz! —gritó Eniar.
Pero la gente seguÃa gritando. Eniar aguzó su oÃdo, a ver si entendÃa algo.
—¡El partido! ¡El partido!
—¡Saca tu nave! ¡Que queremos ver el partido!
Eniar analizó el lugar con sus instrumentos y le entendió. HabÃa interrumpido una de los entretenimientos más importantes de los humanos: un partido de fútbol.
Eniar sacó su nave de allà y la posó en un espacio vacÃo que encontró un poco más lejos.
Cuando salió de su nave ya habÃa muchos humanos allà esperando. Pero todos le miraban con extrañeza.
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€”Vengo en son de paz —dijo Eniar. Solo busco amor.
En cuanto la gente escuchó aquello se marchó. Eniar no podÃa entender por qué nadie querÃa saber nada de él.
Cuando ya estaba a punto de irse, una mujer se acercó a él y le dijo:
—Primero debes encontrar el amor dentro de ti mismo. Compártelo con los demás y no tendrás que pedir nunca más a nadie que te quiera.
—No sé cómo hacer eso —dijo Eniar.
—Yo te ayudaré —dijo la mujer.
Eniar pasó algún tiempo con aquella señora y descubrió cosas de sà mismo que jamás hubiera imaginado. Y asÃ, sin darse cuenta, encontró nuevos amigos que no solo le querÃan, sino a los que él adoraba.