Gamperro era un gato callejero que pasaba mucha hambre. Gamperro era un gato muy grande, así que necesitaba comer más. Pero eso no lo entendían el resto de gatos, y se negaban a dejarle comer más.
Lo llamaban Gamperro porque era tan grande como un perro y muy gamberro. Y es que Gamperro se pasaba el día inventando formas de comer más que los demás.
—Aquí lo que hay se reparte por igual para todos —decía Gatochulo, el gato más mandón del barrio.
—Pero yo soy más grande —insistía Gamperro.
—Es tu problema —le respondía Gatochulo.
Y así, a diario.
Un día, Gamperro pensó que podría hacerse pasar por perro. Así comería más y no pasaría tanta hambre.
Gamperro se las ingenió para disfrazarse de perro o, más bien, para disimular que era un gato. Incluso consiguió unas gafas de sol para que no se le vieran los ojos, que era lo más difícil de ocultar y lo que más lo delataba.
Sí, podría haber usado unas lentillas. Gamperro lo pensó. De hecho, encontró unas sin abrir en un cubo de basura. Desistió al comprobar que no podía ponérselas sin arañarse los ojos.
Y así, con sus gafas de sol, una gorra de bebé que daba un calor horrible, una especie de calcetines para disimular las patas y un arreglo que se hizo en el pelaje, Gamperro se fue con los perros del barrio.
—¿Eres nuevo? —le preguntó Perroduro, el que parecía el jefe del plan.
—Me acaban de abandonar —dijo Gamperro.
—Vale, no te preocupes —dijo Perroduro—. Aquí estamos muchos como tú. Pero tendrás que arrimar el hombro y trabajar como los demás si quieres comer. ¿Cómo te llamas?
—Gamperro —dijo el gato—. Me lo pusieron por ser un perro muy gamberro.
—Pues nos vendrán bien tus habilidades —dijo Perroduro—. Aquí los hay muy sosos. ¡Fíjate cómo será que hasta los gatos nos roban la comida!
Gamperro se quedó impresionado. Nunca se lo habría imaginado. Pero si aquellos perros eran tan blandos, seguro que no tendría problemas para saciar su hambre.
Pasaron las semanas y nadie sospechaba de Gamperro. De hecho, estaban muy contentos con él, porque, desde que estaba con ellos, los gatos no había robado nada.
Hasta que un día, un golpe de viento hizo que las gafas y la gorra de Gamperro salieran volando.
—¡Mentiroso! ¡Estafador! ¡Traidor! —gritó Perroduro.
Al instante, todos los perros se lanzaron contra Gamperro. Menos mal que salió corriendo a tiempo y no pillaron, que si no…
Gamperro intentó acercarse a Perroduro para explicarle lo que había pasado, para recordarle que gracias a él no habían entrado los gatos a robar. Pero no hubo manera.
Los gatos tampoco admitieron a Gamperro de nuevo, porque se sentían traicionados, no solo por irse, sino también por impedirle robarle la comida a los perros.
—Pero si conozco todos los secretos y podría ayudaros a robar incluso más que antes —les decía Gamperro.
Pero no le querían allí.
—Eres un traidor y, el día menos pensado, nos traicionarás de nuevo —le dijo Gatochulo.
Ahora Gamperro vaga solo por la ciudad, sin amigos, sin familia. Solo el hambre le acompaña.
Ha encontrado una comunidad de ratones. Tal vez podría ofrecerles protección a cambio de un hogar. Tal vez…