Isa juega mucho por la casa mientras sus abuelos, con los que vive, se encargan de recoger la cocina, hacer las camas o cosas de mayores, como regar las plantas y comprar el periódico. Isa es una niña muy despierta y activa. Una de las cosas que le gusta hacer, aunque la abuela le riñe mucho, es escuchar detrás de las puertas.
Ese domingo por la mañana parecía que en el rellano donde están todas las puertas de los vecinos y el ascensor había mucho ruido. No llegaba a asomarse por la mirilla para ver qué sucedía, porque estaba muy lejos de ella. Pero Isa, que era muy curiosa, fue a comprobar que los abuelos no estaban en la cocina y entró a por un taburete.
Con el taburete alcanzó a ver por la pequeña ventana que daba al exterior. ¡Ahhh! ¡Qué sorpresa! Nuevos vecinos, con un niño y, además con un perro. Isa casi se cae del taburete del miedo que le entró. ¡No tenía perrito en casa! A ver si este le va a morder cuando se vean en el ascensor para llegar al cole.
Empezó a pensar un montón de cosas mientras llevaba de nuevo el taburete a la cocina. Tampoco podía contárselo a los abuelos, porque le reñirían por andar mirando detrás de la puerta y más subida a eso que se podría caer.
El día paso y esa noche soñó con el perro, un perro negro, con poco pelo, pero muy brillante, con una enorme lengua roja que salía de su boca y unos ojos saltones que no paraban de pestañear mientras daba vueltas sobre sí mismo alrededor del felpudo.
¿Y si le mordía la mochila y no podía ir al cole o iba con la mochila rota? ¿Y si les hacía pis en el felpudo para que no salieran de casa por las mañanas? Ese montón de pesadillas cesaron cuando se tuvo que despertar ese lunes para ir al colegio. Pero la historia no hacía más que empezar.
Acabó de desayunar mientras intentaba escuchar si el perro ladraba y así podría contar su miedo a la abuelita. No le dio tiempo, enseguida se tuvo que vestir. Le hicieron la trenza que más le gusta en el pelo, revisó su mochila y se acercaron a la puerta. Ella y el abuelo, que era el que siempre la acompañaba al colegio, se dispusieron para salir.
Nada más abrir la puerta no le dio tiempo a imaginar más cosas, porque la puerta de enfrente se abrió y el perro se acercó corriendo hacia ella. Isa iba a chillar de terror, pero al momento no pudo porque solo sintió cosquillas, simpáticas cosquillas producidas por los lametazos del perro que, simpático, se acercó a sus manos para tranquilizarla. El perro le daba con la cola para animarla a saludarle y ni siquiera producía ni un solo ladrido.
El abuelo saludó a los nuevos vecinos, que le explicaron que el perrito negro era muy pequeño todavía. Tenía seis meses y estaba deseoso de conocer gente y recibir cariño.
-Se llama Lula.
A Isa le encantó el nombre y se dio cuenta de lo tonta que había sido por tener miedo a un animal que ni siquiera había visto cerca ni una sola vez. Bajaron juntos en el ascensor. Isa se atrevió a acariciarle el lomo y Lula la miraba con los ojos abiertos, demostrándole su agradecimiento por el cariño. ¡Qué perro tan bonito!
Salieron del ascensor. El abuelo y ella siguieron caminando hacía el colegio ya solos y ella, en vez de pensar en sus miedos, ya imaginaba lo divertido que sería tener un perro cuando fuera mayor.