Kuki era un perrito muy inteligente y cariñoso Vivía con una familia que le quería mucho y que le cuidaba con mucho mimo. Kuki iba con su familia a todas partes.
Un día, Kuki y su familia fueron al monte. Allí acamparon para pasar la noche. Kuki estaba muy contento. Pudo correr todo lo que quiso, sin correa. Ni siquiera lo encerraron por la noche en ningún sitio.
Pero como aquel lugar era desconocido para él, Kuki se perdió. Oía a su familia llamarlo, pero no era capaz de encontrarlos. Cuando por fin consiguió llegar al lugar donde habían acampado su familia ya no estaba allí.
Kuki lloró durante un rato, pero luego se dio cuenta de que no podía quedarse allí.
—Tengo que buscar un refugio —pensó Kuki. Y se puso en marcha.
Mientras caminaba aprovechó para beber agua de un arroyo y para buscar algo de comer.
Ya empezaba a anochecer cuando Kuki vio una vieja casa abandonada. Y se fue hacia ella.
Al entrar, Kuki descubrió que había unos gatos allí. Estos le recibieron con gruñido y enseñaron los dientes, amenazadores.
—Me he perdido —dijo Kuki—. Estoy buscando a mi familia. Solo necesito un lugar a cubierto para pasar la noche. Mañana me iré.
—Hemos visto a muchos como tú por aquí —dijo uno de los gatos—. Te han abandonado, como a todos los demás.
No me han abandonado —dijo Kuki—. Solo me he perdido. Seguro que volverán a buscarme.
Los gatos se rieron del perrito.
—Bueno, si tú lo dices… —le dijo una de las gatas—. Puedes quedarte, pero en cuanto salga el sol te irás.
Kuki se acurrucó en un rincón y durmió hasta que el primer rayo de sol asomó entre las grietas de la vieja casa. Entonces se levantó y volvió al lugar donde habían acampado.
Como por la noche no había vuelto su familia, Kuki regresó a la casa abandona. Pero esta vez llevó algo de comida que había conseguido encontrar para compartirla con los gatos a cambio de su hospitalidad.
Los gatos le permitieron pasar allí la noche de nuevo.
Durante días Kuki hizo lo mismo: volvía al lugar de la acampada en busca de su familia; y cuando se hacía de noche regresa a la casa abandonada.
E
n uno de aquellos viajes apareció otra familia de humanos. No era la suya, pero eran humanos, al fin y al cabo. Kuki se acercó a ellos, con cautela, para no asustarlos.
Los humanos se acercaron a él.
—¿Es un perro abandonado? —preguntó la niña.
—Tiene collar, así que supongo que se habrá perdido —dijo el padre.
En el collar había un número de teléfono. Al día siguiente, la familia de Kuki fue a buscarlo.
Kuki se puso muy contento. Y su familia también.
—¡Cuánto te hemos echado de menos! —dijo la familia de Kuki.
Kuki ladró de emoción.
—Sabía que no me habíais abandonado —dijo Kuki. Nadie le entendió, salvo los animales que por allí estaban, que celebraron con gran alegría el reencuentro familiar.