El día amaneció soleado. La temperatura era ideal. Y, como era festivo, todos los habitantes de la ciudad salieron a la calle. Unos niños sacaron sus juguetes teledirigidos, otros sus juguetes que caminaban solos, otros sus vehículos con motor. Algunos niños sacaron sus videoconsolas. También había muchos adultos haciendo deporte con sus cascos puestos y mucha gente colgada de su móvil.
Entonces, pasó lo peor. De repente, todos los juguetes y aparatos que llevaban pilas o batería se apagaron. No funcionaba nada. Los gritos y los llantos no tardaron en aparecer. La desesperación pronto reinó en la ciudad.
De repente, una luz iluminó el cielo y una nave espacial con forma redonda descendió lentamente, aterrizando suavemente en la plaza del pueblo. Poco a poco, los habitantes de la ciudad se reunieron en torno a la nave.
No tuvieron que esperar mucho para que un gran puerta se abriera en la nave y descendiera una gran rampa. Al poco, unos curiosos seres se asomaron a la puerta y se deslizaron por la rampa hasta llegar al suelo.
-¡Son juguetes gigantes! -decía la gente.
-Pero, ¿quién los controla? -preguntaban.
-No nos controla nadie -dijo, por fin, uno de los juguetes gigantes-. Llevamos siglos viajando por el Universo buscando un planeta donde hubiera la suficiente energía para cargar nuestras baterías. Desde hace unos años orbitamos la Tierra, pero nunca antes habíamos encontrado una ciudad donde poder conseguir toda la energía que necesitábamos de una sola vez. Hasta hoy. Gracias, amigos.
-¡¿Gracias?! -gritó un niño-. Nuestros juguetes están fritos.
-Y no funcionan los móviles, ni los reproductores de música -dijo alguien.
-Ni las baterías portátiles, ni los cargadores de red -dijo otra persona.
-Tendréis que iros de aquí -se oyó decir a alguien.
-¡Eso! ¡Iros! ¡Iros y no volváis! -coraba la muchedumbre.
-Pero con la energía que hemos absorbido apenas viviremos unos meses -dijo el líder de los juguetes gigantes.
-Es vuestro problema -decía la gente-. Iros ya.
Los juguetes gigantes, muy tristes, empezaron a subir por la rampa para marcharse, mientras todos los observaban en silencio. Estaban ya casi todos a bordo cuando un niño pequeño dijo:
-Podrían quedarse a jugar con nosotros. Sería muy divertido.
Todos los niños pequeños que había por allí empezaron a saltar de alegría por la idea.
-
¡Venga, vamos a jugar! -decían los niños.
Los juguetes, fieles a su naturaleza, se pusieron muy contentos, y volvieron a bajar de la nave para jugar con los niños. La alegría contagió a toda la ciudad y todos se unieron a los juegos.
Al final del día cada niño escogió un juguete y se lo llevó a casa. Para sobrevivir, la ciudad tuvo que prescindir de todos los juguetes con pilas y con baterías, y se limitó el uso de los móviles, que desde entonces solo se usan para llamar.
Así, los nuevos habitantes pudieron sobrevivir, absorbiendo la energía de todos esos aparatos. A cambio, hicieron felices a niños y adultos, les enseñaron a jugar con juguetes que no requerían energía de ningún tipo y les ayudaron a descubrir muchas cosas que antes se les pasaban por alto. Y todos fueron muy felices.