Había una vez una ciudad en la que vivían miles de perros y gatos. Había tantos tantos que triplicaban a la población de personas de la ciudad. A la gente no le gustaba mucho que hubiera tantos animales, porque hacían mucho ruido y tenían la ciudad muy sucia.
Un día, de repente, de la ciudad desaparecieron todos los perros y los gatos. Nadie sabía qué había pasado, pero como la gente se sintió aliviada nadie investigó qué había pasado. A los pocos días, en la ciudad empezaron a suceder extraños acontecimientos. Aumentaron los robos, los ataques de animales salvajes que venían de las montañas cercanas y poco a poco las ratas empezaron a invadir las calles, los bajos de los edificios y las alcantarillas.
Cuando todo parecía perdido llegó a la ciudad una mujer con un perro y un gato. Estaba de paso y pidió alojamiento en un hotel. Aunque le avisaron de que podía encontrar ratas y que el lugar no era seguro, ella decidió quedarse de todas formas.
- ¡Mi perro y mi gato cuidan de mí, no se preocupe! -dijo la señora.
En los días siguientes, el perro y el gato se dedicaron a limpiar de ratas el edificio y ahuyentar a ladrones y a alimañas. ¡Se lo pasaron en grande esos dos!
Mientras tanto al alcalde de la ciudad le llegaron noticias de lo que estaban haciendo estos animales.
- ¡Claro! ¡Eso es! ¡Esto no pasaba cuando la ciudad estaba llena de perros y gatos!- concluyó el alcalde.
El alcalde fue a ver a la señora y le ofreció una gran suma de dinero por sus animales.
- Los trataremos bien. Su trabajo será hacer lo mismo que han hecho en este hotel, pero en toda la ciudad -explicó el alcalde.
La señora, extrañada, preguntó por qué no tenían perros y gatos en la ciudad, si tanta falta les hacían.
- Un día, sin más, desaparecieron -dijo el alcalde.
- Pero ¿y no saben por qué? -preguntó la señora.
- Admito que no les tratábamos del todo bien y que no valorábamos su trabajo... -dijo el alcalde-. Seguramente se fueron buscando un sitio donde pudieran vivir tranquilos.
- ¿Y sabiendo eso quiere que yo deje a mis amigos con usted? -gritó la señora.
El alcalde no sabía qué hacer. La señora tenía razón, pero las cosas habían cambiado y ahora sabían que necesitaban a esos animales.
- Tengo una idea mejor -dijo la señora-. La ciudad es muy grande para que solo dos animales la limpien. Consiga un lugar para cobijar más animales y le traeré más perros y gatos para que protejan la ciudad.
Al alcalde le pareció buena idea y así lo hizo.
U
nos días más tarde, el viejo polideportivo arrasado por maleantes y bestias se convirtió en un gran refugio para perros y gatos. La señora llegó con varios cientos de animales que la seguían y se acomodaron en sus nuevas instalaciones. Decenas de voluntarios se organizaron para atender a los animales.
La gente les llevaba comida y muchos animales fueron adoptados por familias que se comprometieron a tratarlos bien.
En pocas semanas, la ciudad se libró de ladrones y seres indeseables que estaban destrozando todo lo que quedaba.
La ciudad recuperó su esplendor y como los animales estaban bien tratados y cuidados en sus nuevas instalaciones y había gente que se ocupaba de ellos, el lugar se convirtió en un auténtico paraíso para todos.
- Ya os dije que os recibirían como a héroes -dijo la señora a los animales-. Solo tenían que descubrir cuánto os necesitaban.