Había una vez un ladrón tan torpe que, cada vez que robaba en alguna casa, hacía tanto ruido y dejaba tantas pistas que siempre lo atrapaba la policía. Pero este ladrón tenía un truco para escapar que siempre le funcionaba.
Nadie sabía cómo se llamaba en realidad el ladrón, porque ningún policía había conseguido llevarlo hasta la comisaría. Pero no importaba, porque todos le llamaban Guarrez, un apodo que respondía a su curiosa manera de escapar de la justicia.
Guarrez tenía por costumbre estar varias semanas sin lavarse antes de entrar a robar una cosa. Su apestoso olor ahuyentaba a los posibles perros que hubiera en la casa y a cualquier persona que aún permaneciera dentro.
El olor era tan penetrante que la policía era capaz de rastrearlo hasta su guarida. Al principio, Guarrez conseguía escapar enseguida porque ningún policía aguantaba su olor. Con el tiempo, la policía aprendió que con mascarillas como las que usan los médicos era posible aislar el olor lo suficiente como para arrestarlo.
Pero Guarrez tenía recursos para todo. Cuando veía que lo tenían sujeto, Guarrez le daba rienda suelta a los gases de su estómago en cualquiera de sus modalidades. Y si por fuera apestaba, lo que le salía de dentro hacía pensar que estaba podrido. Más de un policía se desmayó por ello.
-Hay que ponerle remedio a esto -dijo un día el jefe de policía-. Este Guarrez está haciéndonos quedar como unos inútiles.
-Podríamos usar mascarillas antigas -dijo un agente.
-Pero tendríamos que quitárnoslas al entrar al coche -dijo el jefe de policía.
-Tengo una idea -dijo otro agente-. Llamemos a los de la perrera. Lo cazaremos sujetándolo como si fuera un perro peligroso y lo traeremos en el furgón que usan ellos.
-Pero, aunque lográsemos traerlo hasta el calabozo de ese modo, ¿qué pasaría aquí? Su olor espanta hasta a las moscas -dijo el jefe de policía.
-Llamaremos a los bomberos para que lo duchen a manguerazos -dijo el agente.
-Eso es inhumano -dijo el jefe de policía.
-Tiene razón, jefe -dijo el agente-. Podemos dejarle una palangana, jabón y una esponja y darle la oportunidad de lavarse por sí mismo.
-Está bien, pero ¿qué hacemos con sus flatulencias? -dijo el jefe de policía.
-Le dejaremos en la celda batidos de frutas y verduras y algunas infusiones de hierbas para que le curen el estómago.
Y así lo hicieron. Cuando Guarrez se dio cuenta de que sus trucos no funcionaban ya era demasiado tarde. Los de la perrera lo habían metido en el furgón para perros. El olor que había allí era insufrible incluso para él.
Una vez en la celda, el jefe de policía le dijo:
-Si no te lavas los bomberos te quitarán la suciedad a manguerazos. Tengo que advertirte que el agua está muy fría.
Guarrez se apresuró a lavarse bien y a ponerse la ropa limpia que le habían dejado. La ropa que él llevaba se la llevaron unos policías y la quemaron en la misma puerta de la comisaría.
-Ahora tómate esas bebidas que te hemos dejado ahí -dijo el jefe de policía.
-¡Son verdes! -dijo el ladrón.
-¡Más verdes están tus dientes, so guarro! -dijo el jefe de policía-. No comerás nada más hasta que no te lo bebas todo.
Esa noche Guarrez pasó más frío que en toda su vida, porque tuvieron que dejar las ventanas abiertas para que se fuera el olor que había dejado la ropa de Guarrez antes de llevársela.
Al día siguiente, por fin alguien pudo mirar a Guarrez a la cara sin protegerse con mascarilla.
-Como sueltes un gas por algún sitio… -comenzó a amenazar el jefe de policía.
-Tranquilo, eso verde que me ha dado usted me ha dejado el estómago como nuevo. ¿Podría darme un poco más? Estaba realmente bueno -dijo el ladrón.
-Está bien, te traeré más -dijo el jefe de policía-. Solo he venido a decirte que vas a pagar por tus fechorías. Y más te vale mantenerte limpio y cuidar tus emisiones. Ya sabes que aquí no nos andamos con chiquitas.
A Guarrez no le quedó más remedio que ir limpio y cuidar lo que comía para no tener gases. Pero, aunque lo metieron en la cárcel como castigo por sus delitos, ahora es muy feliz, porque la gente ya no se aparta de su lado cuando se acerca. Eso sí, el mote de Guarrez ya no hay quien se lo quite.