Había tomate esparcido por toda la mesa. Lolo estaba manchado de rojo hasta las orejas.
- ¿Cuántas veces tengo que decirte que con la comida no se juega? -dijo la madre de Lolo.
- Yo no he sido -respondió él-. Han sido los espaguetis, que juegan solos en el plato.
Todos los días que había espaguetis para comer pasaba lo mismo. La madre de Lolo ya no sabía qué hacer. La tontería de los espaguetis juguetones que ponía el muchacho como excusa ya era demasiado.
- ¡Ya está bien! -dijo la madre de Lolo-. A partir de ahora comerás los espaguetis sin tomate y así no habrá forma de que te manches.
Al día siguiente en el plato de Lolo había espaguetis blancos. ¡Qué tristes estaban!
- ¿Qué pasa hijo? ¿Por qué no comes? -preguntó la mamá a su hijo.
- Los espaguetis están muy tristes, y no quieren subirse a mi tenedor -dijo Lolo.
- Pero y ¿qué podemos hacer? -preguntó la mamá.
- Podrías darme un bol con tomate -dijo Lolo-. Al espagueti que se porte bien lo bañaré en la salsa antes de comérmelo.
La madre Lolo no podía creer lo que oía, pero, aún así, le puso a su hijo el bol con salsa de tomate.
Al cabo de un rato Lolo había terminado de comerse todos los espaguetis, y no se había manchado ni siquiera un poquito.
- Parec
e que al final los espaguetis se han portado bien -dijo la mamá de Lolo a su hijo.
- Han aprendido la lección -dijo Lolo-. Ya les he explicado que a la hora de comer no se juega y que, si se portan mal, no les daré la salsa de tomate que tanto les gusta.
- Entonces, ¿tú no jugabas con los espaguetis nada de nada? -preguntó su mamá.
- Bueno, un poquito -dijo Lolo sonriendo-. Pero yo también he aprendido la lección.