La dragona Eleanor estaba cuidando sus huevos. Pronto nacerían de ellos tres preciosas crías de dragón. Y allí estaba ella, dando calor a sus huevos, cansada y hambrienta. Pero no podía irse. No podía arriesgarse a que alguien robara sus huevos.
Mientras tanto, los ladrones de crías de dragón acechaban. Ocultos a una distancia prudente, los ladrones vigilaban la guarida de la dragona. Sabían que estaba sola. El dragón llevaba semanas sin aparecer. Probablemente lo habría capturado algún cazarrecompensas como ellos.
-Esto será muy fácil -dijo uno de los ladrones-. La dragona no tendrá más remedio que salir a buscar comida para los recién nacidos. Y con lo cansada y hambrienta que está, tardará en regresar.
Por fin, los dragoncitos salieron de sus huevos. Dos dragones y una dragona. La dragona Eleanor estaba entusiasmada. Los dragoncitos, hambrientos. Y a la dragona Eleanor ya no le quedaba nada de comida.
-Tendré que ir a por comida, hijitos míos -dijo la mamá dragona-. Tendréis que estar callados y quietos en el nido.
Los dragoncitos lo entendieron todo muy bien, porque incluso desde que nacen son muy listos, y obedecieron. En cuanto la vieron salir, los ladrones salieron de su escondite y, sigilosamente, iniciaron el camino a la guarida del dragón.
-No hagáis ruido -dijo uno de los ladrones-. No queremos que los dragoncitos se asusten.
Pero en cuanto los ladrones asomaron la nariz por la guarida, los dragoncitos empezaron a gritar.
-No os servirá de nada gritar, pequeños -dijo uno de los ladrones-. Vuestra madre no llegará a tiempo. Tal vez esta comida os haga callar más …. ¡Ah, ah, ah! ¡Mi trasero!
T
odos los ladrones empezaron a gritar. Algo les estaba quemando el culete. Era la dragona, que había regresado y había lanzado una buena llamarada a sus posaderas.
-¡Qué buena idea haber traído comida! -dijo la dragona Eleanor-. Eso os salvará de ser nuestro almuerzo. Y ahora, ¡fuera de aquí!
Los ladrones se fueron de la guarida de la dragona Eleanor con el trasero bien caliente y el orgullo realmente herido.
-Creo que deberíamos dedicarnos a otra cosa -dijo uno de los ladrones.
-Sí -dijo otro-, alguna que no requiera que nos sentemos, porque vamos a estar una buena temporada sin poder hacerlo.