Calisto Listo se había convertido en el capitán de policía más joven de toda la historia. Calisto Listo se había hecho famoso por ser el agente de policía que más ladrones había capturado en los últimos cincuenta años. Calisto Listo, en su primer año como policía, había conseguido atrapar a más de doscientos ladrones en menos de un año. Eso le valió el reconocimiento de la gente y también de la policía, que lo ascendió a capitán.
-A partir de ahora ya no habrá más robos en la ciudad -anunció el capitán Calisto Listo.
En efecto, la insólita ola de robos que había asolado la ciudad el último año había cesado. La gente pensaba que el cese se debía al buen trabajo que había hecho Calisto Listo siendo agente. Como ya los había cazado a todos, no quedaba ningún ladrón suelto.
A pesar de que esa era la opinión general, Simón Fisgón, un joven policía recién llegado, empezó a sospechar.
-¡Qué casualidad! -pensaba Simón Fisgón-. Apenas había habido robos en la ciudad hasta que Calisto Listo llegó a la policía. Y en un año todos los ladrones deciden robar en el mismo sitio. Y en cuanto Calisto Listo asciende a capitán, deja de haber robos. Aquí hay algo extraño.
Simón Fisgón decidió ir a interrogar a los ladrones detenidos. Todos le contaron la misma historia. Habían hecho un trato con el guarda de seguridad de los lugares que robaban para que les dejara entrar. Y cuando llegaban a casa con el botín había un policía esperando para detenerles.
Lo más curioso del caso es que los guardas de seguridad de todos los lugares robados respondían a una descripción muy similar: joven, bajito, regordete y con gafas. Además, todos los ladrones coincidieron al decir que, al hablar, forzaba la voz para que pareciera más grave, como un niño intentando hablar con un adulto. Y, para colmo, todos los guardas se llamaban igual: Teodoro.
Simón Fisgón estaba cada vez más convencido de que había algo raro en todo aquello. Y entonces pensó en el capitán. Joven, bajito y regordete. No llevaba gafas, pero, ¿y si las gafas formaban parte del disfraz?
A Simón Fisgón le asaltó una última duda. ¿Qué había pasado con los artículos robados? Cuando Simón Fisgón descubrió que de eso nadie sabía nada lo vio claro.
-Ha sido él, estoy seguro -dijo para sí-. Le ponía fácil a los ladrones el robo y luego, tras detenerlos, se quedaba con el botín.
Decidido a desenmascararlo, Simón Fisgón se coló en casa del capitán Calisto Listo. Sabía que eso no estaba bien, pero tenía que comprobarlo. Y allí estaba todo: joyas, dinero, cuadros y un sinfín de obras de arte.
Simón Fisgón salió de la casa,dejando una ventana abierta. A través de ella lanzó una bomba de humo y llamó a los bomberos, alertando de lo que bien parecía un incendio.
Los bomberos descubrieron el botín y el capitán Calisto Listo tuvo que confesar la verdad. Ahora es él el que está en prisión, donde permanecerá mucho tiempo pensando en sus fechorías.
Simón Fisgón no dijo nada, pero siguió trabajando duro para ascender en su trabajo. Porque para triunfar no hay atajos. Lo que mucho vale, mucho cuesta