Esta es la historia de la señora Galletuda, una mujer poco corriente. La señora Galletuda vivía sola en una casa apartada en medio del bosque. En su casa, Doña Galletuda se pasaba el día haciendo galletas.
Pero no eran una galletas normales. La señora Galletuda hacía galletas mágicas. Con ellas, los niños aprendían a leer, aprendían matemáticas y otras muchas cosas.
La señora Galletuda vendía sus galletas en los mercados de los pueblos cercanos. Los paquetes de galletas que más éxito tenían eran los de las galletoletras, aunque las galletomatemáticas también se vendían mucho. Las galletociencias también eran muy famosas y especialmente apreciadas por los niños curiosos.
La magia de las galletas de la señora Galletuda era todo un misterio. Pero eran infalibles. Eso sí, había que hacer un conjuro especial y seguir las instrucciones que venían en los galletopaquetes.
Un día, un mercader muy rico que siempre conseguía lo que quería, fue a visitar a la señora Galletuda en persona para hacerle un encargo.
- Señora Galletuda, quiero un millón de paquetes de cada tipo de galletas. En el lugar del que vengo serán muy apreciadas, y me haré muy rico vendiéndolas.
- No puede ser - le dijo la señora Galletuda -. Ni en un año me daría tiempo a hacer tantas galletas.
- Pues entonces véndame la receta - insistió el mercader.
- No puedo venderle la receta - dijo ella.
- Pues véngase conmigo, le pagaré el doble de lo que gana ahora - volvió a insistir el mercader.
Pero Doña Galletuda volvió a decirle que no y el mercader se fue.
Al día siguiente la señora Galletuda estaba cocinando sus galletas como cada día cuando su horno se estropeó de repente. No había forma de que se pusiera en marcha, y sin horno… no habría galletas.
El mercader, que se enteró de todo esto, volvió a ofrecerle a la señora Galletuda que trabajara para él. La señora Galletuda pensó que podría irse durante un tiempo y volver cuando hubiese ganado lo suficiente como para comprar un horno nuevo mucho más grande, así que aceptó.
Al principio todo el mundo compraba las galletas. Pero poco a poco la gente dejó de hacerlo porque, además de que eran muy caras, no tenían ningún efecto en el país del mercader.
-
¿Qué está ocurriendo, señora Galletuda? Si el negocio sigue así de mal tendremos que cerrar.
- Lo que ocurre es que la gente no confía en la magia de las galletas, ni siquiera saben que deben seguir una serie de instrucciones. Pagan tanto por ellas que creen que todo lo que deben hacer es comérselas. Si me dejara salir a la calle para explicarles cómo funcionan en vez de estar aquí haciendo galletas todo el día...
El mercader se dio cuenta de que la señora Galletuda tenía razón, así que dejó que saliera a la calle a venderlas y empezó a cobrar por las galletas un precio más justo.
Desde entonces, el negocio de galletas mágicas de la señora Galletuda ha prosperado mucho, y el mercader, aunque no es tan rico como hubiera querido, es mucho más feliz, y todo el mundo puede disfrutar de las mejores galletas de todos los tiempos.