Hubo una vez, hace mucho tiempo, un joven llamado Max que vivía solo en una pequeña casa en medio del campo. Max se las ingeniaba para sobrevivir, cultivando la tierra y criando algunos animales. Lo que le sobraba lo vendía en los mercados de los pueblos cercanos.
Max utilizaba el dinero que ganaba con la venta de sus productos para comprar las cosas que necesitaba para mantener su casa y para él mismo, que no era mucho. Lo que le sobraba lo repartía entre la gente necesitada que encontraba a su paso.
Un día, de camino a un mercado, Max encontró a una anciana que salió a su paso y le pidió ayuda. Su marido, su hijo y su nieto estaban gravemente enfermos, y no podía pagar al médico ni comprar las medicinas que necesitaban. Max prometió entregarle todo el dinero que ganase aquel día en cuanto terminase su jornada. Y así lo hizo.
Días después, la misma anciana volvió a salir al encuentro de Max para pedirle ayuda para comer. Su marido, su hijo y su nieto se estaban recuperando, pero necesitaban alimentarse y no tenían fuerzas aún para ponerse a trabajar. Max le entregó de nuevo todo lo que ganó en el mercado cuando terminó el día.
Aquella misma noche hubo una enorme tormenta. Cuando amaneció, Max se dio cuenta de que el tejado de su casa y el de las cuadras y los establos estaban muy dañados. Era necesario arreglarlo todo cuanto antes para que no se viniera abajo. Pero para ello necesitaba comprar muchos materiales y herramientas que no tenía. Pero tampoco tenía dinero para comprarlos, porque le había dado todo lo que ganó a la anciana.
Pensó entonces en recoger algo del huerto y de los árboles frutales para venderlo en el mercado, pero la tormenta lo había echado todo a perder.
Tampoco pudo coger huevos, porque del susto las gallinas no habían puesto ninguno. Intentó ordeñar a las vacas, pero fue inútil, porque estaban aún nerviosas y no se dejaban tocar.
Mientras Max se lamentaba por todo aquello y pensaba en una solución para conseguir el dinero que necesitaba, vio aparecer a un grupo de personas cargadas con tablones, tejas, sacos de cemento, ladrillos y herramientas.
-
Hemos venido a ayudarte - dijo un hombre de aspecto rudo y curtido.
- ¿Quién eres? - preguntó Max, extrañado -. ¿Te conozco?
- Conoces a mi madre. Gracias a ti, mi padre, mi hijo y yo seguimos con vida. He venido con toda esta gente para devolverte el favor. Son todas las personas a las que durante todos estos años has ayudado tan generosa y desinteresadamente, como hiciste con mi familia.
Entre todos ayudaron a Max a reconstruir su casa, los establos y las cuadras.
- No sé cómo agradeceros lo que habéis hecho por mí - dijo Max.
- Somos nosotros los que te estamos agradecidos a ti - dijo el hijo de la anciana.
Max invitó a la anciana y a su familia a trasladarse a su casa, que era muy grande para él solo. Allí vivieron todos juntos y pudieron ampliar el huerto, comprar más animales y ganar algo más de dinero. Pero, a pesar de ello, no dejaron ni un solo día de ayudar a todo aquel que lo necesitaba.