El árbol del tronco negro se encontraba situado en el centro del parque de la hermosa ciudad de Trade. No era una zona donde jugaran los niños, pero sí que era una zona de paso para todos aquellos que decidían dar un paseo por la ciudad.
El árbol llevaba en la ciudad muchos muchos años y había vivido todos los cambios a su alrededor. Era conocido entre el resto de plantas, árboles y flores como el árbol huraño, porque le gustaba estar casi siempre solo, no tenía permitido a los pájaros que se posaran en sus ramas. Si llovía gritaba y agitaba cada parte de su copa de enfado, si hacía mucho calor torcía el tronco porque estaba muy seco y cansado… Nadie quería pasar mucho tiempo a su alrededor.
Una tarde de primavera al árbol huraño le salieron frutos en una de sus ramas. Estaba muy contento y miraba lustroso su creación. Era la primera vez que daba un fruto y estaba orgulloso. Como los pájaros no se posaban en sus ramas estaba seguro de que no tendría problemas para ver crecer su preciado tesoro sin problemas.
Sin embargo, un día de gran viento en Trade el fruto empezó a tambalearse y el árbol estaba preocupado por si se caía al suelo. Estaba gritando su enfado cuando un pájaro que parecía nuevo en la ciudad, pues no se había visto antes por allí, se acercó y le dijo:
-Hola, nunca había visto un árbol como tú con el tronco negro. Eres un árbol especial
-Sí, soy especial. No como tú, no te acerques a mí con tus alitas grises. Puedes tirar mi fruto al suelo y eso me haría enfadar muchísimo.
-¿Por qué no quieres que nos posemos en tus ramas? Te podría entretener con mi canto, cuidar tus ramas….
-¿Cómo me vas a cuidar? Tengo muchos más años que tú en esta ciudad. Lo único que harías sería molestar.
El pájaro bajo su cabecita al suelo y se sintió triste. No había podido hacer un nuevo amigo, y tras escuchar eso decidió despedirse e irse.
Al día siguiente el árbol huraño despertó con la salida del sol y observó sus ramas como cada día para comprobar que todas estuvieran sanas y salvas. Dio un grito a los cuatro vientos.
-¡Cómo puede ser! - se dijo a sí mismo-. Mi fruto está enfermo. Esta negro como mi tronco, se ha estropeado. ¿Qué puedo hacer para que se ponga bien?
Nadie le contestó, puesto que vivía siempre solo. En ese momento empezó a arrepentirse de no tener ni siquiera un amigo para poder contarle sus cosas, compartirlas y ayudarle.
Tan fuerte era el llanto del árbol huraño que el pájaro que lo había visitado el día anterior lo escuchó y fue a visitarlo otra vez.
-Hola, ¿Qué te pasa? Estas muy enfadado. Aunque ayer no me has hablado bien, no me gusta que la gente lo pase mal.
El árbol del tronco negro se quedó mirando al pájaro y sintió que se arrepentía de haberle tratado así.
-
Tienes razón, llevo tanto tiempo solo y he vivido tantas cosas que siempre estoy enfadado. Hoy me he dado cuenta que no es bueno estar solo. Quiero tener un amigo pero no solo para cuando necesite algo sino para empezar a estar más alegre y no siempre enfadado.
-Así me gusta árbol huraño, dejaremos de llamarte así y te sentirás mucho mejor. A mí me gusta hacer nuevos amigos. ¿Qué es lo que te ha pasado?
-Pues mira, el fruto tan bonito que había crecido, hoy esta pobre y está enfermo. No sé qué hacer.
-Si dejas que me pose en tu rama, puedo ver si hay algún pequeño gusano que esté comiendo tu fruto o si se ha enganchado algo.
-¿Puedes hacer eso? -le dijo el árbol-. Pues adelante.
-Claro que sí, por eso no entendía porque no dejabas que los pájaros nos posáramos en tus ramas.
Y así fue como el pequeño pajarito cuido el fruto, sacó al pequeño gusano que se había colado dentro y una astilla de madera y el árbol muy agradecido dejo que el pájaro se hiciera un refugio entre sus ramas para pasar el verano. Cuando llego el otoño ya eran grandes amigos.
