Cuando el profesor Felipe cerró su libreta todos los niños entendieron que la clase había finalizado y se armó un gran revuelo, pues ya era fin de semana. Las mesas quedaban sucias de trozos de goma y lápiz, los percheros al fondo se tambaleaban cuando todos los niños a la vez iban a por sus abrigos. Uno de ellos salió tan rápido que golpeó la papelera al salir y está se cayó al suelo, derramándose por el suelo restos de papeles cortados.
En pocos minutos el profesor recogió un viernes más todas sus cosas, su tablet, sus bolígrafos, sus carpetas y abandonó el aula. Nada se movió en aquel lugar, porque todavía quedaba por llegar el conserje. El hombre de pelo blanco entró en el aula, cerró las ventanas, comprobó que el cañón del proyector estuviera apagado, recogió la papelera del suelo y las cosas tiradas, echó un último vistazo, apagó la luz y todo el aula quedó en silencio.
A los diez minutos de intenso vacío se oyó una voz que sigilosa decía:
-Ey, pregúntale al sillón como está la papelera que se ha llevado un buen golpe.
-¿Quién ha hablado? -contestaba otra voz en la oscuridad.
-A ver, ¿puede algún perchero acercarse a encender la luz?
Y así fue, de repente un haz de luz entro en la habitación y todos los muebles estaban más que despiertos, ¡Estaban hablando! El perchero de la entrada se había movido con dificultad para llegar a la luz y así poder verse todos las caras.
La papelera les dijo:
-¡Ay, Dios mio! No lo soporto. Una vez al día acabo golpeando mi borde contra el suelo. ¿Por qué estos niños no tendrán más cuidado?
-Jaja, a mí hoy me ha hecho gracia. Te caíste como un bolo en la bolera -le contestó riéndose la mesa del profesor.
-Esto no puede ser. A ti te respetan más porque eres la mesa del profe, pero con nosotros no hay forma. Hoy todavía me han escrito algo encima con el bolígrafo y luego no hay forma de borrarlo -vocifero una mesa de delante.
-Ya.Y ¿qué queréis hacer? Yo me tambaleo todo el rato porque hay niños que se aburren y no paran de moverse -dijo una de las sillas.
-Pues para que nos respeten teníamos que dejar de funcionar y ser útil para ellos y ya verás cómo así nos echan de menos y nos cuidan -comentó a todos la pizarra.
-¿Tú crees? ¿Quién va a echar de menos a un perchero? -respondió el perchero del fondo cabizbajo.
-Tengo una idea -dijo la mesa del profesor-. ¿Qué os parece si alguno de vosotros se va a la sala de actividades físicas y otros a la sala de informática y así cuando vengan el lunes van a echar cosas en falta y a ver que hacen?
-Me parece bien ¡Y así hacemos algo emocionante! -dijeron varias mesas.
Y así lo hicieron. Una silla abrió la puerta y miró que no hubiera nadie. Efectivamente, el colegio estaba cerrado y en otras aulas todos los muebles descansaban. Salieron al pasillo, varias mesas, varias sillas y percheros y la papelera. Cuando ya estaban instalados al fondo de la sala de actividades de educación física una silla comentó:
-¡Qué bien se está aquí! Hace más calor.
-Bueno, pues nada, descansemos aquí todos hasta el lunes y a ver qué pasa -dijo la papelera.
El lunes llegó y muchos niños extrañados se quejaron de que les faltaban sus mesas y sillas, pero más asustados se quedaron ellos y el profesor cuando en la pizarra aparecía escrito: Hay que cuidar el material, si no se pierde y se estropea.
¿Quién había escrito eso? El profesor Felipe no entendía nada y bajo a hablar con la jefa de estudios. Como no sabían dónde estaban las cosas les trajeron un banco y muchos niños dieron la primer clase juntos pero muy incómodos. Luego sus abrigos quedaron por el suelo encima de las mochilas porque no había ningún perchero. ¡Qué rollo, se van a manchar!, dijo alguno.
Cuando pasó otra hora todos echaban de menos tener su espacio, su sillas, su mesa, su papelera y sus cosas. Fue la hora del recreo y cuando llegaron la clase ya estaba de nuevo como siempre. Todos los niños aplaudieron y miraron al profesor. Felipe no supo qué decir:
-Bueno niños, no sabemos quién ha gastado esta broma pero en realidad me parece que está muy bien que os hayáis dado cuento que todo lo que hay en el aula tiene valor y hay que cuidarlo.
Los niños aprendieron la lección y ya nadie tiraba la papelera y empujaba en los percheros. Cuando ya estaban solos los muebles se felicitaron contentos.