Todos los habitantes del Reino de la Nieve Azul conocían la leyenda de Drágagon, el dragón asesino. Según la leyenda, un día, el terrible Drágagon llegaría al reino y sentaría en el trono del rey.
Por eso, durante generaciones, los reyes y las reinas mandaron matar a todo dragón que se encontrase, no fuera a ser el terrible Drágagon. Y de este modo, tras varios siglos de caza, los dragones se extinguieron del Reino de la Nieve Azul.
O eso pensaron todos.
Con el paso del tiempo los monarcas dejaron de pensar tanto en la leyenda de Drágagon, y se la contaban como un cuento para dormir a sus hijos, los cuales crecían sin el miedo de sus ancestros a perder el trono por un dragón.
Un día, el pequeño príncipe salió de paseo con sus padres. Pero se extravió y acabó frente al hueco de un gran árbol. De allí salió una mujer de expresión dulce y cabellos plateados.
-Toma, pequeño, un regalo para ti -dijo la mujer-. Esto te convertirá en el mejor rey de todos los tiempos. Pero guárdalo bien y escóndelo. No le digas a nadie que lo tienes, o te robarán y será tu perdición. Guárdalo en un lugar calentito, alejado de miradas curiosas.
-Es una piedra -dijo el niño.
-Eso es lo que parece, pero no lo es -dijo la mujer. Y se fue.
El príncipe cogió el regalo, lo metió en su zurrón y volvió con los demás. Cuando llegó a su cuarto escondió aquella especie de pedrusco en un baúl, bajo un montón de mantas y ropajes que apenas usaba.
Pasado un tiempo, cuando el príncipe ya se había hecho mayor y se había olvidado de aquello, algo empezó a hacer ruido en su habitación.
-¡Viene del baúl! -exclamó el niño.
El príncipe abrió el baúl y se encontró un pequeño dragón que acababa de salir del huevo, aquello que de niño consideró una piedra.
-Pareces inofensivo, amiguito -dijo el príncipe-. Vamos, te enseñaré el castillo y buscaremos algo de comer.
El príncipe se fue con el dragón en brazos. Pero cuando llegaron a la sala del trono el pequeño dragón dio un respingo y saltó. Y como pudo se fue hasta el trono.
Se quedó mirándolo hasta que llegó el príncipe.
-¿Te gusta? -dijo el príncipe-. Algún día será mío. ¿Quieres ver qué bien me sienta?
El dragón empezó a dar saltitos.
-Me tomaré eso como un sí -dijo el príncipe. Y se sentó.
El dragón dio un gran salto y se sentó sobre las piernas del príncipe. Justo en ese momento entraron el rey y la reina.
-¡Oh, no! -exclamó el rey-. ¿Qué haces con ese dragón? ¡Drágagon! ¡No, no! ¡Hay que matarlo!
-¡Ni hablar! -dijo el príncipe.
En ese mismo instante una gran luz iluminó la sala del trono. El dragón creció y se dirigió a todos los presentes, diciendo:
-Soy Drágagon. La generosidad del príncipe me ha permitido sobrevivir. Desde ahora seré su más fiel servidor.
-Pero la leyenda… -dijo el rey.
-La leyenda habla de un dragón que se sentaría en el torno del rey, pero de que lo derrocaría ni de que arrasaría todo el reino -dijo Drágagon-. Aquí estoy, me he sentado en el trono del rey y no he destruido nada. Al contrario, ayudaré a este joven, al que le espera un reinado muy difícil.
Drágagon permaneció junto a su joven amigo y le ayudó a superar todas las dificultades a las que se enfrentó, que fueron muchas. Y estuvieron juntos hasta el final de sus días.