Entre los matorrales del bosque vivía una luciérnaga que era muy bonachona, pero se sentía triste por estar sola todas las noches. Quería buscar compañía para admirar las estrellas entre los juncos y los hierbajos de la tierra.
Le encantaba ver los reflejos de su luz entre la tierra y competir con los rayos de luz de la luna, que eran la única sonrisa amable que recibía.
Un buen día oyó un ruido cerca de su humilde morada. Se acercó con su luz para ver qué animal había provocado ese ruido y lo que se encontró fue un pequeño escarabajo que se arrastraba con lentitud. De modo que intentó ser amable con él.
- Hola, Hola, escarabajo. ¿Qué te trae por aquí?
- Contigo no hablo, animal de la noche. Solo me fío de los animales que lucen de día. De hecho voy en busca de mis amigos y les diré que no pasen por aquí.
La luciérnaga se entristeció, no sabía por qué el escarabajo le hablaba de esa manera. Si les decía eso al resto de los escarabajos volvería a estar sola mucho tiempo.
Al cabo de unos días, apareció para sorpresa de la luciérnaga una hormiga por allí.
-
Hola luciérnaga. Me he encontrado con el escarabajo y le he oído decir tonterías. Solo quería decirte que aquel que critica a los demás sin conocerles no merece ser escuchado Además tú eres un insecto muy especial, alumbras el mundo con la luz de tu cola.
- Gracias hormiga. Aunque si pudiera cambiaría toda mi luz por tener muchos amigos.
- Bueno, eso tiene una solución muy sencilla. Solo tienes que acompañarme. El resto de las hormigas y yo estaremos encantadas de tener en nuestro hormiguero a alguien tan especial capaz de brillar como un diamante.
- ¿De verdad?
- ¡Por supuesto!
Y así fue como la luciérnaga dejó de ser un insecto triste solitario y comenzó a ser muy feliz.