A Federico le encantaba hacer castillos de arena en la playa. Incluso en invierno, Federico bajaba a la playa a jugar con la arena para construir grandes castillos, con su torres, sus muros y su foso.
Pero a pesar de lo mucho que a Federico le gustaba hacer castillos de arena en la playa, siempre estaba enfadado, porque, cuando volvía a la playa, nunca encontraba el castillo que había hecho el día anterior.
Todos los días, Federico bajaba a la playa con la esperanza de que ese día su castillo estuviera donde lo dejó. Pero todos los días se encontraba con lo mismo: su castillo había vuelto a desaparecer. Y no había ni rastro de lo que había pasado.
Un día, Federico le dijo a su mamá:
-Mami, estoy aburrido de que me roben los castillos de arena que hago en la playa. ¿Me los puedo traer a casa?
-Puedes intentarlo, pero me parece que va a ser difícil -dijo mamá.
-Lo intentaré -dijo Federico.
Ese mismo día, Federico hizo el castillo de arena más bonito que había hecho nunca. Como se lo iba a llevar quiso hacer el mejor castillo del mundo. Pero cuando intentó cogerlo para llevárselo a casa el castillo se empezó a romper.
Federico estaba muy disgustado, pero enseguida le vio la parte positiva a todo aquello:
-Seguro que así no se lo quiere llevar nadie -pensó el niño-. Mañana lo arreglaré y pensaré en otra forma de llevármelo.
Pero al día siguiente el castillo de la playa había desaparecido. Federico empezó a llorar, muy desconsolado. Su mamá tuvo una idea:
-Federico, ¿qué te parece si esta noche bajamos a la playa a ver quién se lleva el castillo?
-Pero tendremos que escondernos para que el ladrón no nos vea -dijo el niño.
-Por supuesto, nos ocultaremos para que el ladrón no nos vea.
Ese día Federico hizo otro castillo maravilloso. Quería asegurarse de que el ladrón no se olvidara de robar su castillo. A última hora de la tarde, Federico bajó con su madre a vigilar la playa.
Esperaron mucho rato, pero por allí no pasaba nadie. Federico ya estaba empezando a aburrirse cuando, de repente, le dijo su madre:
-Mira, ahí tienes al ladrón.
-Yo no veo a nadie.
-No es alguien, el algo. Mira el mar. ¿Ves como se acerca a tu castillo?
-¡Es cierto! ¡El mar se está llevando mi castillo en cada ola que rompe en la playa! ¿Para qué lo querrá? ¡Ya sé! Se lo lleva a los peces para que jueguen con él.
A Federico le encantó la idea de que el mar se llevara su castillo. Desde ese día, Federico le pone a su castillos atracciones para que los peces se lo pasen aún mejor jugando con su castillo.