Lucinda era una payasa, una payasa de circo. Pero no era una payasa como las demás. Lucinda era una mona. Sus padres habían sidos también monos de circo. Su mamá fue trapecista y su papá domador de leones.
Como había nacido en el circo, Lucinda no conocía otra cosa. Por eso, para ella era normal dormir entre barrotes y pasear atada. Al menos dentro de la carpa la dejaban suelta para que se moviera a gusto.
Un día, Lucinda recibió una visita inesperada.
-¿Quién eres tú, pequeñín? -preguntó Lucinda.
-Soy un duende mago -dijo el visitante.
-¿En serio? Pensé que no existían ni los duendes ni los magos -dijo Lucinda.
-Tampoco pensé yo que los monos hablaran, y ahí estás tú, cotorreando más que nadie -dijo el duende, un poco ofendido.
-Perdona, es que como nunca he salido del circo no tengo mucha idea de qué hay por el mundo -dijo Lucinda.
-Disculpas aceptadas -dijo el duende.
-¿Qué te trae por aquí? - preguntó Lucinda.
-Estaba dando una vuelta, buscando el camino de regreso a casa, y te oí hablar con los leones. Me apetecía conocerte -dijo el duende.
-Si quieres te presento a los leones -dijo Lucinda.
-No hace falta -dijo el duende con cara de miedo-. Ahora solo necesito salir de aquí.
-¿Por qué no usas tu magia para regresar a tu casa? -preguntó Lucinda.
-Creo que será mejor que te cuente la verdad -dijo el duende-. El dueño del circo es brujo y me ha atrapado. Quiere convertirme en una de sus atracciones. Pero tengo que volver a casa. Mi mamá está muy enferma y tengo que cuidarla.
-¿Cómo puedo ayudarte? -preguntó Lucinda.
-Huyendo conmigo -dijo el duende-. El hechizo ha creado una barrera que yo no puedo cruzar solo. Pero si voy a lomos de alguien como tú se romperá el hechizo.
-Y después, ¿cómo volveré? -preguntó Lucinda.
-¿De verdad quieres pasarte la vida atada y entre rejas, haciendo el tonto delante de un montón de gente, para conseguir a cambio nada más que un puñado de cacahuetes? -preguntó el duende.
-La verdad es que a los payasos humanos les va mejor que a mí -dijo Lucinda, algo apenada-. La gente se ríe con ellos porque hacen humor inteligente, yo solo hago tonterías ridículas sin sentido para que la gente se ría de mí.
L
ucinda se quedó pensando en cómo sería vivir libre. Nunca lo había pensado en serio. Tendría que buscar refugio, huir de los depredadores e ingeniárselas para encontrar comida. De eso ahora no tenía que preocuparse.
El duende, como todavía conservaba algún poder a pesar del hechizo, pudo leer sus pensamientos. Para tranquilizar a Lucinda le dijo:
-Yo te ayudaré. En cuanto se rompa el hechizo te llevaré a un lugar donde podrás vivir en libertad con otros como tú. Encontraré para ti una nueva familia.
Lucinda pensó que el riesgo merecía la pena, así que aceptó ayudar al duende a cambio de su libertad.
-Sube a mi lomo, amigo duende -dijo Lucinda-. Saldré corriendo contigo en cuanto abran la reja.
Y así lo hicieron. Lucinda encontró un nuevo hogar y una nueva familia gracias al duende y el duende pudo regresar a casa de su madre. Y vivieron felices para siempre.