La semilla de aguacate
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La semilla de aguacate

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La semilla de aguacate Había una vez un rey anciano que estaba preocupado por el futuro de su reino. Por eso, un día llamó a su único hijo y le dijo:

—Deberías pensar en casarte y darle al reino un heredero.

El príncipe no estaba muy conforme con la idea, pero decidió cumplir con los deseos de su padre.

—Pero no conozco a nadie con quien quiera casarme, padre—dijo el príncipe.

—Nosotros nos ocuparemos de buscar una mujer apropiada para ti —dijo el rey.

El rey encargó a sus consejeros que encontraran a diez mujeres que pudieran ser una buena reina.

Y así, después de varias semanas de búsqueda y selección, los consejeros regresaron a palacio con diez chicas.

El príncipe las miró y no dijo nada.

—¿No son de su gusto? —preguntó uno de los consejeros.

—No he tenido el placer de hablar con ellas para conocerlas aun —dijo el príncipe.

—Pero hemos seleccionado a las más educadas, las más inteligentes y, por supuesto, a las más hermosas —dijo otro de los consejeros.

—La belleza no gobierna un reino, ni es garantía de ninguna otra virtud, estimado consejero —dijo el príncipe.

El consejero bajó la cabeza, avergonzado, mientras las damas sonreían discretamente.

—Bien, os someteré a una prueba, nobles señoras —dijo el príncipe—. He aquí diez semillas de aguacate. Os daré una semilla a cada una. Tendréis que plantarla y cuidar el árbol hasta que dé fruto. Me casaré con la que me traiga el árbol mejor cuidado y con el fruto más sabroso.

Antes la mirada atónica del rey y de los consejeros, las chicas recogieron sus semillas y se marcharon.

Pasaron los meses. Las semillas germinaron y apareció el brote. Las chicas cuidaban su árbol con mimo, pero esto crecía despacio. Algunas se cansaron antes de un año y decidieron abandonar su brote. Otras aguantaron un poco más. Aunque después de cuatro años, solo tres chicas seguían cuidando de sus árboles.

Por fin, dos de los árboles empezaron a dar fruto. Sin embargo, las dos chicas se llevaron un susto tremendo al descubrir que aquellos frutos nos eran aguacates, sino melocotones.

Una de ella fue corriendo a ver a su padre y le contó lo que ocurría. Este le dijo:

—No te preocupes. Planté un árbol de aguacate plantado en un lugar secreto, por si acaso. Daremos el cambiazo y nadie se dará cuenta.

La otra chica cuyo árbol había dado fruto también acudió a su padre. Este había hecho exactamente lo mismo que el otro, y también tenía un árbol de aguacate escondido.

La tercera de las chicas, sin embargo, siguió cuidando su árbol, que aún no había dado fruto.

Al saber los consejeros que dos de los árboles ya habían dado fruto, se lo comunicaron al príncipe. Este convocó a las tres chicas que aún cuidaban de sus árboles.

—Vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo el príncipe—. Dos árboles de aguacate con unos frutos preciosos y otro árbol que no tiene nada que ver con los anteriores.

—Mi árbol no ha dado fruto aun, señor —dijo la chica—. Ni siquiera es un árbol de aguacate.

—Pero yo os di semillas iguales a todas —dijo el príncipe.

—Se conoce que la mía era diferente —dijo la chica—. Tal vez alguien la hizo pasar por semilla de aguacate, aunque salta a la vista que es un melocotonero.

—¿Conocer los árboles? —preguntó el príncipe.

—He leído mucho sobre ellos desde que planté la semilla —respondió la chica—. Me gusta saber sobre lo que tengo entre manos y entender lo que me rodea.

—Entonces, tú serás la reina —dijo el príncipe.

Las otras dos protestaron, pues era entre ellas entre las que debía elegir. Pero el príncipe les dijo:

—Todas teníais semillas de melocotonero que hice pasar por semillas de aguacate. Vosotras tres sois las únicas que habéis tenido paciencia para cuidar de ellas, pero solo una de vosotras ha sido lo bastante honesta como para traer lo que de verdad consiguió.

Todos los presentes aplaudieron. Pero la chica del melocotonero no parecía muy contenta.

La semilla de aguacate—¿Qué te pasa? —preguntó el príncipe—. ¿Es que no quieres ser reina?

—Estoy dispuesta a servir a mi pueblo si puedo ser útil, pero no quiero convertirme en vuestra esposa —dijo la chica.

—¿Por qué cuidaste entonces de la semilla? —preguntó el príncipe.

—Porque me encomendasteis una tarea importante —dijo la chica—. Pero nadie me preguntó si yo quería hacerlo o si quería casarme con el príncipe.

El príncipe lo pensó unos minutos y luego declaró:

—Esta mujer será mi compañera para gobernar, puesto que ha demostrado ser honesta, sincera, decidida y valiente. No será mi esposa, puesto que ella así lo ha manifestado. Pero su coraje y su diligencia me serán muy útiles para sacar este reino adelante.

—¿Qué pasa con el heredero? —preguntaron los consejeros.

—Eso ya lo solucionaremos más adelante —dijo el príncipe.

Y así fue como ni el príncipe ni su nueva compañera salieron airosos de una situación que a ninguno le convencía y, a la vez, forjaron una alianza que les convertiría en los mejores gobernantes que el reino había tenido jamás.

Pero, ¿qué pasó con el heredero?

El príncipe y su compañera están ideando una manera de elegir a los herederos o herederas más apropiados. Y algo tienen en mente ya. Pero esa es otra historia.
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