Marta miraba por la ventana, con la nariz pegada al cristal. Las gotas de lluvia resbalaban como si estuvieran corriendo una carrera. El parque, vacío y mojado, parecía muy diferente de como lo había imaginado. Tenía tantas ganas de ir a jugar… pero aquel día, la lluvia había decidido quedarse.
—Papá, ¿cuándo parará de llover? —preguntó Marta con un suspiro.
Su papá, sentado en el sofá con un libro, la miró con una sonrisa.
—No lo sé, Marta. Parece que la lluvia quiere quedarse un buen rato.
Marta arrugó la nariz. "¿Qué puedo hacer ahora?", pensó. Todo lo divertido estaba allá afuera, en el parque.
—Bueno —dijo su papá poniéndose de pie—, si no podemos ir al parque, ¿por qué no buscamos algo divertido que hacer aquí en casa?
—Pero no es lo mismo —respondió Marta con una mueca.
Papá se agachó y la miró a los ojos.
—Quizá no sea lo mismo, pero a veces las sorpresas más grandes ocurren cuando no lo esperamos. ¿Qué te parece si probamos algo nuevo?
Intrigada, Marta lo siguió hasta la mesa de la sala. Allí, su papá sacó una caja de colores, pinceles y unas hojas grandes de papel.
—Vamos a pintar. Puedes dibujar lo que quieras, ¡incluso un parque más bonito que el de afuera!
Marta tomó un pincel, al principio un poco tímida. Pero cuando empezó a pintar, las ideas surgieron de su mente, como las gotas de lluvia en la ventana. Dibujó un parque lleno de árboles enormes, toboganes de colores y pájaros que cantaban bajo el sol. Los colores llenaban la hoja, y cuanto más pintaba, más sonreía.
—¡Mira, papá! Este es mi parque soñado —dijo Marta, mostrando su obra con orgullo.
Papá aplaudió.
—¡Es precioso, Marta! Y lo mejor es que lo has creado tú misma.
Cuando terminaron de pintar, papá trajo una caja con bloques de colores.
—Vamos a construir una torre tan alta como el arcoíris —sugirió con entusiasmo.
Marta rio y juntos comenzaron a construir. Cada bloque parecía un escalón hacia las nubes, y pronto la torre era tan alta que casi tocaba el techo.
—¡Guau! —exclamó Marta—. ¡Nunca había hecho una torre tan alta!
Papá la abrazó con cariño.
—Todo es posible cuando usamos nuestra imaginación.
Pero la tarde aún no había terminado. Papá tomó un libro de cuentos y se sentó en el sofá.
—¿Qué tal si terminamos con una historia? —preguntó, invitando a Marta a sentarse a su lado.
Marta, aún emocionada, se acurrucó junto a su papá mientras él comenzaba a leer un cuento sobre un niño que viajaba a mundos lejanos montado en un dragón. A medida que las palabras salían del libro, Marta cerraba los ojos y se dejaba llevar por la historia, imaginando que ella también volaba sobre el dragón, cruzando cielos infinitos.
Y entonces, algo sucedió. Un rayo de sol entró por la ventana. Marta abrió los ojos y vio que la lluvia había parado. El parque, ahora brillante y mojado, la llamaba.
—¡Papá! ¡Dejó de llover! —gritó emocionada.
Papá sonrió, pero antes de que él pudiera decir nada, Marta lo sorprendió.
—Pero... ¿y si nos quedamos un rato más leyendo? —preguntó con una gran sonrisa—. Me gusta estar aquí contigo.
Papá la abrazó aún más fuerte.
—Eso suena como el mejor plan del mundo, Marta.
Y así, en esa tarde que había comenzado con gotas de lluvia y un poco de tristeza, Marta descubrió que, a veces, las aventuras más grandes ocurren cuando estamos en casa, con la gente que más queremos.