Había una vez una granja en la que vivían felices muchos animales. Había gallinas, patos, pavos, vacas, ovejas, cabras, conejos, cerdos y una yegua.
La yegua trabajaba muy duro. El granjero se subía en ella para ir de acá para allá muchas horas al día. A veces incluso la enganchaba a un carro para que tirara de él.
Un día, la yegua no quiso salir del establo. Allí estaba ella, tumbada, sin moverse. El granjero la llamaba una y otra vez, pero la yegua no se movía.
Todos los animales acudieron a ver qué pasaba. A todos les extrañó que la yegua no respondiera a la llamada.
El granjero primero parecía enfadado. Y con cara de muy malos amigos entró en el establo. Al rato salió. Le había cambiado la cara. Ahora parecía preocupado.
—¡Fuera todos de aquí! —gritó el granjero a todos los animales que se habían reunido allí.
El granjero se fue. Al rato volvió acompañado del veterinario. Entre los dos consiguieron mover a la yegua.
—¿Qué es esto? —preguntó el granjero, cogiendo algo del suelo.
—Parece un huevo —dijo el veterinario.
La yegua empezó a relinchar con fuerza mientras se levantaba. Empezó a moverse muy nerviosa.
—¡Tranquila, chica! —dijo el veterinario mientras dejaba el huevo en el suelo.
Enseguida, la yegua se volvió a sentar, justo encima del huevo, pero con mucho cuidado para no romperlo.
El veterinario le hizo un gesto al granjero para que salieran fuera del establo. Una vez lejos de la yegua, el granjero preguntó:
—¿Qué le pasa a mi yegua? ¿No creerás que ella ha puesto un huevo?
—Evidentemente, la yegua no ha puesto ningún huevo —dijo el veterinario—. Aunque ella piensa que sí lo ha hecho y que lo tiene que cuidar.
—¿Será una broma? —dijo el granjero.
—Puedes quitarle el huevo si quieres, pero es posible que se vuelva loca —dijo el veterinario—.
—¿Qué puedo hacer entonces? —preguntó el granjero.
—Esperar, aunque no estoy muy seguro de cuánto tiempo —dijo el veterinario—. Si el huevo es de gallina, en 3 semanas nacerá el pollito. Pero si el huevo es de pavo o de pato tardará una semana más. No me ha dado tiempo a ver bien el huevo.
—Espero que no sea de oca, porque esos tardan todavía más —dijo el granjero.
—Estoy seguro de que no es un huevo de oca, pero que no era tan grande —dijo el veterinario.
—En definitiva, que, a todos los efectos, mi yegua ha puesto un huevo —dijo el granjero.
—Así es —dijo el veterinario—. Deberías pensar en darle a tu yegua la oportunidad de tener un potrillo. Si no, probablemente esto del huevo vuelva a pasar.
La noticia de que la yegua había puesto un huevo ya se sabía en toda la granja. Ningún animal se lo podía creer. Eso era algo muy raro.
Los animales no hacían más que discutir sobre lo que saldría del huevo. La mayoría pensaba que saldría un caballito chiquitín del huevo. Otros creían que no saldría nada. Solo algunos estaban seguro de que saldría un ave de aquel huevo.
Ya habían pasado tres semanas cuando la yegua despertó a toda la granja con sus relinchos. El granjero acudió raudo y veloz a ver qué pasaba. ¡Había nacido un pollito!
La yegua estaba tan contenta que enseguida salió a trotar un poco. El granjero se llevó al pollito y lo colocó con todos los que acaban de nacer en esos días.
La yegua volvió a su trabajo. Poco después el granjero compró un caballo. La yegua ya no volvió a incubar ningún huevo. Y casi un año después nació su primer potrillo.
Aun así, el granjero no deja de revisar el establo varias veces al día, no sea que alguna gallina revoltosa deje por allí algún huevo, otra vez.