Patanete era gnomo más patoso y más torpe que habÃa vivido en Bosque Claro desde que los gnomos colonizaron aquel lugar. Y desde entonces habÃan pasado muchos siglos.
Patanete no solo se tropezaba con sus propias botas a diario o tiraba cosas por accidente. No, eso hubiera sido una suerte. El problema de Patanete es que no daba una y lo confundÃa todo. Y como era tan servicial, acaba liándola a todas horas.
Un dÃa, el consejo de la aldea se reunió y decidió proponerle algo a Patanete:
—Hemos decidido que ya es hora de que emprendas una aventura en solitario para descubrir tus dones, Patanete.
—¿Me estáis expulsando? —preguntó.
—No, te estamos invitando a abandonar la aldea para conocerte mejor a ti mismo —dijo el presidente del consejo.
—Pero nadie más se ha ido a una aventura de esas —dijo Patanete.
—Hemos decidido concederte el honor de ser el primero en probar esta nueva tradición para los jóvenes de la aldea —dijo el presidente del consejo.
Patanete serÃa muy torpe, pero no tenÃa un pelo de tonto, y entendió bien las intenciones del consejo.
—En el fondo, será bueno para mà —pensó Patanete—. Seguro que aprenderé muchas cosas.
Dando tumbos, rodando laderas y tropezándose con todos los obstáculos del camino, Patanete apareció en el claro de un bosque. Allà habÃa una pequeña hada, suspendida en el aire.
—¡Hola! —dijo Patinete—. Uy, qué mala cara tienes. ¿Te pasa algo?
—El ogro Modogro me ha robado la varita, me ha colgado aquÃ, en el aire, y no puedo bajar —dijo el hada—. ¿PodrÃas ayudarme? Si la encuentras y me la das podré bajar de aquÃ.
—Yo te ayudo, aunque no sé yo si será buena idea —dijo Patanete.
—¿Por qué? —preguntó el hada.
Patanete respondió a su pregunta, un poco avergonzado:
—Es que soy muy torpe y muy patoso. Puede romper la varita de camino, o se me puede caer por algún pozo. Lo mismo incluso la puedo volver a perder.
—Necesito que lo intentes —dijo el hada—. Solo tienes que concentrarte. Acércate. Me queda un poco de filtro de la atención. Es fantástico. Ya verás cómo te ayuda.
—¡Vaya, un filtro de la atención! —exclamó Patanete—. ¿Con eso dejaré de ser un patoso?
—¡Por supuesto! —djio el hada—. Cuando me traigas la varita te haré más para que te lo lleves.
Patanete se acercó y el hada dejó caer sobre él el filtro prometido.
—No he sentido nada —dijo el gnomo.
—Tranquilo, es que es parte de la magia —dijo el hada.
Poco a poco, Patanete empezó a sentirse de una manera que desconocÃa. Con esa nueva sensación se adentró en el bosque.
No tardó mucho en encontrar la varita.
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€”Mira, hadita, tengo tu varita —dijo Patinete—. Y no me he caÃdo ni una sola vez. Ni la varita tampoco.
—Muy bien, amigo —dijo el hada—. ¡Lánzamela, que todavÃa te queda filtro suficiente para conseguirlo!
Cuando el hada cogió la varita y se libró del hechizo, le dijo a Patinete:
—Gracias, me has salvado. Como agradecimiento, te haré un filtro de la atención eterno, que no se acaba nunca. Si ves que se reduce el efecto, solo tienes que sacudir un poco la cabeza, las piernas y los brazos para que se distribuya de nuevo.
—¡Qué alegrÃa, amiga! Te lo agradezco de corazón.
Y asÃ, con su filtro de la atención, Patanete volvió a su aldea. Todos se quedaron sorprendidos por su falta de torpeza, y más aún cuando lo veÃan sacudirse de la cabeza a los pies.
Desde entonces, Patanete ya no es tan patoso. Y como sabe qué hacer para dejar de serlo, todos están felices y contentos en la pequeña aldea de gnomos de Bosque Claro.