Había una vez un lugar apartado del mundo donde crecían hermosas flores de colores brillantes. Cuando corrió la voz de su existencia, gentes de todos los lugares iban aquel lugar a llevarse las flores.
En ese lugar también vivían una minúsculas hadas que sacaban su magia de esas flores. Sin ellas, no solo perderían su magia, sino que también morirían.
-Tenemos que hacer algo, amigas -dijo una de las hadas.
-Propongo llamar a la Bruja Negra -dijo otra-. Ella sabrá qué hacer.
La Bruja Negra acudió a la llamada de las hadas. No es que fueran amigas, simplemente tenían un interés común: alejar a los extraños que amenazan su hogar.
Tras examinar la situación, la Bruja Negra dijo:
-Lanzaré un hechizo para que las flores se vuelvan negras cuando se acerque cualquier criatura que no sea un hada -dijo la Bruja Negra.
-Pero, entonces, ¡se estropearán! -dijo una de las hadas.
-No, no, de eso nada -dijo la Bruja Negra-. Las flores volverán a tener su color en cuanto los extraños se alejen.
-¿Y si alguien descubre la rareza de las flores negras y les gustan? -preguntó otra hada.
-A nadie le gustarán las flores negras, porque apestarán a pies -dijo la Bruja Negra-. Dudo que el olor a pies agrade a nadie.
-Pero atraerá a los ogros y a los trolls que viven al otro lado de la colina -dijo otra hada.
-Eso solo si hay algún extraño cerca -dijo la Bruja Negra-. En ese caso, los trolls se ocuparán de espantarlos y, en cuanto las flores recuperen su color, estaréis de nuevo a salvo.
-Gracias, Bruja Negra -dijeron las hadas-. Eres muy generosa. Gracias por tu ayuda.
-De nada, amigas -dijo la Bruja Negra-. Tal vez algún día yo también necesite algo de vosotras.
-Y estaremos ahí para ayudarte -dijeron las hadas.
Desde entonces nadie ha vuelto a visitar aquel lugar apartado y la belleza sigue oculta tras el olor a pies de las flores que se oscurecen y los terribles ogros y trolls que acuden al hedor y asustan a cualquiera que se atreva a acercarse.