Los Túnez eran una familia de ovejas que vivían en el campo. Eran el abuelo, el padre y el hijo. Disfrutaban a diario de un prado con mucha hierba fresca para comer pero, un día, todo se secó.
El abuelo dijo que al otro lado del puente de piedra había un valle lleno de flores y hierba deliciosa para comer. Sin embargo, ninguna de las ovejas sabía que aquel puente de piedra estaba vigilado por un cruel troll que devoraba a todos los que pasaban por él. Cuando la oveja más pequeña, que era la más rápida, cruzó corriendo el monstruo salió y le gritó:
—¿A dónde crees que vas? Este puente me pertenece.
Empezó a sollozar y el troll se apiadó de ella. Como no tenía mucha hambre y además la oveja era bastante pequeña, la dejó pasar pensando en que pronto encontraría algo mejor que llevarse a la boca. Al rato pasó el padre de la ovejita, al que también amenazó.
—Voy a cruzar el puente para vivir en el valle— le dijo la oveja
—¡De eso nada! Este puente es mío y ahora te voy a devorar
El padre, que era muy astuto, le dijo al momento al horrible troll:
—Espera un poco, déjame pasar y verás que detrás de mi viene una oveja mucho más grande que yo. Si me comes solo a mí, te vas a quedar con hambre.
El troll, que era muy comilón, decidió dejar pasar a la segunda oveja. Al momento, vio como llegaba la oveja más grande y carnosa de las tres y empezó a pensar en el festín que se iba a dar.
—Voy a cruzar el puente para vivir en el valle— le dijo la oveja anciana.
—¡De eso nada! Este puente me pertenece y ahora te voy a comer- chilló el troll.
—¡No sabes con quien estás hablando! —exclamó indignada la oveja.
Al momento pisoteó al troll y de una patada lo mandó volando hasta el río, donde el agua se lo llevó muy lejos. Las otras dos ovejas lo recibieron al otro lado y los tres pudieron vivir felices en el valle para siempre.