El invierno había llegado a la pequeña cabaña de la familia de Clara, ubicada en lo alto de una colina cubierta de pinos. Todo estaba en calma, excepto por el crujir de la nieve bajo las patas de Pepino, el gato más travieso del mundo, que perseguía su sombra por la sala de estar.
Clara se sentó junto a una de las grandes ventanas del salón, envuelta en una manta, observando cómo los copos de nieve se deslizaban suavemente por el cristal. Las ventanas parecían aún más especiales en invierno, con sus bordes decorados de escarcha que brillaban como pequeños diamantes.
Mientras trazaba un dibujo en el vidrio empañado, notó algo extraño: no era su reflejo lo que veía, sino una escena de la Navidad pasada. Allí estaban todos, sentados junto a la chimenea, cantando villancicos mientras la abuela Aurora repartía galletas.
—¡Abuela! —llamó Clara emocionada, mientras Pepino daba un salto por la sorpresa—. ¡La ventana está… está mostrando recuerdos!
Aurora entró al salón, con su chal tejido y una taza de té humeante en las manos. Al ver la expresión maravillada de Clara, sonrió con ternura.
—Ah, pequeña mía, parece que las ventanas han decidido contar sus secretos contigo.
—¿Es magia? —preguntó Clara con los ojos muy abiertos.
—Algo así —respondió Aurora, mientras tomaba asiento junto a ella—. Estas ventanas son especiales. Cuando la nieve cae, les gusta recordar los momentos felices que ha vivido esta familia. Solo necesitas mirar con el corazón para verlos.
Clara tocó el cristal con suavidad, como si temiera que la escena desapareciera. Allí estaba su hermano mayor construyendo un muñeco de nieve con ella, riendo a carcajadas, mientras su padre los fotografiaba.
—Extraño esos momentos, abuela. Ahora todo es tan diferente.
Aurora la miró con cariño y le acarició el cabello.
—A veces, pequeña, olvidamos que la magia no solo está en los recuerdos, sino en las personas con las que los compartimos.
Esa noche, Clara no podía dejar de pensar en las palabras de su abuela. ¿Podría recuperar esa magia? Decidida, fue al cuarto de Aurora y le pidió ayuda para escribir cartas especiales.
—Abuela, quiero que todos vuelvan a casa. Quiero que juntos hagamos nuevos recuerdos.
Las cartas volaron con la rapidez de los deseos sinceros. En pocos días, la familia comenzó a llegar. Su padre regresó de su largo viaje, su madre dejó el trabajo temprano para cocinar juntos, y su hermano volvió de la universidad con un saco de anécdotas para compartir.
La casa se llenó de risas, olores deliciosos y juegos en la nieve. Clara no podía estar más feliz. Una tarde, mientras jugaban a las cartas junto a la chimenea, Pepino saltó al alféizar de la ventana, y Clara se levantó para mirar. Esta vez no vio recuerdos del pasado, sino lo que había vivido esa misma semana: la familia unida, jugando y riendo como antes.
Sonrió, entendiendo que las ventanas mágicas no solo mostraban el pasado. También reflejaban el presente cuando estaba lleno de amor.
—Gracias, ventanas —susurró, mientras el viento helado soplaba suavemente afuera.
Esa noche, mientras la nieve seguía cayendo, Clara supo que no necesitaba magia para guardar esos momentos felices. La verdadera magia estaba en cuidar el tiempo que compartían juntos.