Había una vez un reino en el que todo el mundo bailaba. La gente danzaba en sus casas y también en sus trabajos. En las calles siempre sonaba música y la gente bailaba sin parar mientras iba de un lado a otro.
El rey y la reina eran muy felices. Estaban a punto de tener a su primer bebé y ya soñaban con enseñarle a bailar.
El día que la reina se puso de parto todo el mundo estaba expectante.
-¡Una niña! ¡Es una niña! -gritó el rey desde el balcón para que todos se enterasen.
Todo el mundo empezó a hablar de lo bien que bailaría la princesa y de lo maravillosos y hermosos que serían sus movimientos.
Sin embargo, la reina estaba triste. Nadie más se había dado cuenta de que la niña había nacido sin pies.
-¡Qué desgraciada será! -lloraba la reina.
Entonces, un hada se acercó y le regaló a la reina unas zapatillas mágicas.
-Con estas zapatillas tu hija podrá bailar -dijo el hada-. Espera a que tenga edad para caminar y pónselas.
La princesita creció viendo bailar a todos a su alrededor, así que ella imitaba como podía sus movimientos desde el suelo.
Un día, la princesita quiso levantarse, pero sus padres no la dejaron.
-Espera, hija, tienes que ponerte tus zapatillas mágicas- le decía su madre.
La reina fue a buscar las zapatillas y se las puso a la niña, que se levantó y empezó a bailar.
-¡Funcionan! ¡Las zapatillas mágicas funcionan! -gritó la reina.
Pasaron los años y la princesa siguió con sus zapatillas. No se las quitaba nunca porque le habían dicho que sin ellas no podría moverse.
Un día un incendio arrasó el castillo en plena noche. Unos guardianes sacaron a la princesa en brazos.
Cuando todos estuvieron fuera, el rey y la reina se dieron cuenta de que la princesa estaba descalza.
-¡Tus zapatillas! -gritaron.
-Tranquila mamá, no me hacen falta. Nunca me han hecho falta -dijo la princesa mientras bailaba para ellos.
El hada, que estaba por allí, dijo:
-Es cierto, las zapatillas no estaban encantadas. Pero necesitábais una esperanza y eso es lo que os dí. La verdadera magia nace de la fe y del esfuerzo.
Los reyes agradecieron al hada su hermoso gesto.
-Gracias, hada. Es el mejor regalo del mundo -dijo la reina.
-Ha sido un placer. Ahora tenemos que pensar en apagar el fuego -dijo el hada-. ¡Música, maestro!