Érase una vez, una ranita llamada Nina que vivía en una charca junto con su familia y un montón de ranitas más.
Nina era una rana muy pequeñita y especial. Siempre sonreía y le encantaba hacer reír a todos sus compañeros de la charca. Era muy graciosa y todos la querían mucho.
Nina se iba haciendo mayor y tenía que aprender a saltar como las demás ranas.
Sus papás la enseñaban poco a poco, pero, un día, se dieron cuenta de que Nina no podía saltar como el resto de las ranas. Por más que lo intentaba, Nina no conseguía dar un salto.
- ¡Vamos Nina! ¡Coge impulso y salta! ¡Tú puedes hacerlo! – le decían todos
Pero la pobre Nina, que lo intentaba día tras día, nunca conseguía saltar y, poco a poco, se fue poniendo cada vez más triste hasta perder la sonrisa del todo.
- Nina, tu siempre estabas feliz y sonreías. Todo el rato nos hacías reír y ahora estás muy triste ¿Qué te pasa? – Le preguntó un día un caracol que vivía en la charca.
Nina estaba cada vez más triste porque era la única ranita de la charca que no podía saltar. Las ranitas de su edad ya habían aprendido y todas iban a saltar juntas a otras charcas, pero como Nina no podía, se quedaba triste y sola.
Un día, una de las ranitas que echaba de menos a Nina, dijo:
- Amigos, Nina está cada vez más triste. ¡Deberíamos hacer algo para ayudarla! Ella era la ranita más sonriente de todas y siempre hacía cosas buenas por nosotros.
Todas las ranitas estuvieron de acuerdo en ayudar a Nina y empezaron a pensar en una solución para que Nina consiguiera saltar.
Pasaron los días, y las ranitas no tenían ninguna buena idea que pudiera ayudar a Nina, hasta que una de ellas dio con la solución.
- Ranitas, ¡creo que ya sé lo que podemos hacer! He oído hablar de un conejo hechicero que hace magia. Si lo buscamos le podemos pedir ayuda.
Todas las ranitas se pusieron muy contentas y rápidamente fueron a buscar al conejo hechicero. Saltaron de un lado a otro preguntando a todo el mundo pero nadie sabía dónde vivía el conejo.
Después de tres duros días de búsqueda y de mucho esfuerzo, las ranitas vieron una madriguera de la que salía muchísima luz y, saltando despacito, se acercaron a ver qué era.
Allí estaba el conejo cantando canciones que nadie entendía rodeado de un montón de botecitos de colores que brillaban mucho.
- Señor conejo, venimos a pedirle ayuda – dijo una de las ranitas
El conejo miró a las ranitas y preguntó:
- ¿A mí? ¿Qué puedo hacer por vosotras?
Las ranitas explicaron al conejo hechicero que Nina no podía saltar y que cada vez estaba más triste y el conejo, que sabía hacer hechizos para todo, les dijo:
- ¡Justo tengo lo que necesitáis! ¡Ahora veréis!
E
l conejo empezó a buscar como loco en un baúl muy grande. Sacó millones de cosas hasta que por fin encontró lo que buscaba.
- ¡Con estos zapatitos mágicos vuestra amiga será las más saltarina de todas! – dijo mientras les enseñaba unos zapatitos muy brillantes.
Las ranitas cogieron los zapatitos y fueron saltando hasta la charca para buscar a Nina. Cuando llegaron, Nina estaba muy triste y sola:
- ¡Nina! ¡Nina! ¡Mira lo que hemos conseguido! – gritaban todas las ranas
Nina se puso los zapatos saltarines y, de repente, dio un salto tan grande que llegó a la rama de un árbol gigante y, desde arriba, con una sonrisa enorme, gritó:
- ¡Mirad! ¡He conseguido saltar! ¡Esto es lo mejor que me ha pasado nunca! ¡Sois las mejores amigas del mundo!
Todas las ranitas estaban muy contentas porque Nina había vuelto a sonreír y a ser la ranita feliz y especial de siempre y, desde entonces, Nina siempre lleva sus zapatos saltarines y nunca más ha vuelto a estar sola y triste gracias a sus amigas.