Lucía era una niña a la que le encantaba aprender. Siempre estaba dispuesta a hacer todo lo posible por hacer las cosas mejor. Pero había algo que, por más que intentaba, no le salía bien: pronunciar bien la palabra rojo o las palabras que tenían una jota.
Lo hacía sin querer y, por más que lo intentaba, nunca le salía.
-¡Mira ese coche rorro! -dijo un día.
-¡Lucía, se dice rojo! ¡Inténtalo otra vez! -le decía su hermano Óscar.
Y Lucía lo intentaba una y otra vez, pero no le salía bien.
Lucía empezó a sentirse muy avergonzada, porque sus compañeros de colegio a veces se reían de ella.
Un día, Lucía tuvo que salir a la pizarra. Estaban aprendiendo a escribir y la profesora le pidió que escribiera una frase que decía: “El jarrón es de color rojo”.
Pero Lucía escribió: “El rarrón es de color rorro”.
Todos los niños se empezaron a reír, porque Lucía no sabía ni escribir ni decir la letra jota y la confundía con la erre.
Lucía lo intentaba todo el rato, pero la verdad es que le resultaba imposible y, poco a poco, fue sintiéndose más incapaz. Además, las burlas de los niños de clase no la ayudaban mucho.
Pero sus amigas Silvia y Marta la empezaron a animar un montón y la intentaron ayudar para que aprendiera a distinguir la jota de la erre.
-¡Mira Lucía! La letra jota se escribe aquí y la erre se escribe allí. ¡Inténtalo tu ahora! -le enseñaban.
Sus amigas trataron de enseñarla a pronunciar las palabras que tenían la erre y también a escribirlas, pero era muy difícil. Por una extraña razón, Lucía no podía aprender a decir esas palabras y tampoco a escribirlas.
Aun así, sus amigas siguieron animándola e intentando enseñarle y nunca perdieron la esperanza. Pensaban que con mucho esfuerzo y apoyo, algún día Lucía lo conseguiría, a pesar de que las burlas de los niños cada vez la avergonzaban más.
Pero un día, Lucía tuvo que salir a la pizarra de nuevo a escribir la frase: “Jaime se compró una bici roja” y, cuando la escribió, ella no se dio cuenta, pero sus amigas y la profesora se pusieron como locas de contentas porque la escribió perfectamente.
- ¡Venga Lucía! ¡Ahora léela! -le dijeron.
Y Lucía, por fin, pronunció correctamente la jota y la erre y se sintió muy feliz, sobre todo porque aprendió que, aun cuando todo es muy difícil, es posible conseguirlo y siempre se puede mejorar.