Era un día cualquiera en el fondo del mar. A media tarde, llegó hasta el poblado de Coral un banco de peces payaso. Animales fascinantes por sus brillantes colores, siempre llamaban la atención de todo aquel con el que se cruzaban. El resto de especies les envidiaban sobre todo por una cosa: los machos se podían convertir en hembras cuando estas fallecían para garantizar la supervivencia de la especie. Esta era una de sus principales armas para sobrevivir y perpetuarse.
Ese día, los peces payaso que llegaron a la ciudad de Coral lo hicieron con un hambre voraz. Los lugareños les tenían preparado un festín con su comida favorita: algas, moluscos, crustáceos y plancton. Habían hecho un largo viaje a través del océano Pacífico, su hábitat natural. Parte de sus parientes vivían en los arrecifes de coral del océano Índico, donde también estaban muy a gusto. Les encantaba el agua tropical y nunca nadaban a demasiada profundidad.
Por eso, ese día el banquete fue a tan solo siete metros de la superficie. En un lugar en el que sabían que no les molestarían ni barcos ni bañistas. Ese día, en el banquete tenían además algo muy especial que celebrar. Uno de los peces payaso más jóvenes había saltado a la fama al protagonizar una película. Para homenajearle, le agasajaron con ración doble de plancton. Se llamaba Lupito y, aunque agradeció mucho el recibimiento, estaba algo triste.
Resulta que, como la peli se había hecho tan famosa en todo el mundo, muchas personas se habían encaprichado con esos peces y habían empezado a cazarlos sin ningún tipo de contemplación. Además de triste, Lupito estaba asustado. Aunque era ya un pez payaso adolescente, seguía teniendo un miedo tremendo a las anémonas.
—Las anémonas nos protegen, hijo, no tienes que temerlas— le trataba de tranquilizar su padre.
—¿Cómo lo hacen?— preguntó Lupito
—La anémona es venenosa, pero a nosotros nos protege de los depredadores. Por eso se nos llama también peces anémona— dijo el pez payaso padre a su hijo.
—Además, las anémonas se alimentan de nuestras heces por lo que tenemos una relación beneficiosa para las dos partes— completó la explicación su tío.
Aunque por lo general los peces payaso eran territoriales y agresivos, la familia de Lupito era todo lo contrario. Les encantaba compartir espacio con otras especies. Aunque sus padres y primos eran muy pacíficos, lo normal es que los peces payaso reproductores se peleasen con los pequeños para dejarles claro quién iba a aparearse.
Emitían una especie de chasquidos firmes y graves con los dientes que a Lupito no le gustaban nada. Además, como todos los peces payaso, Lupito y todos sus familiares tenían una memoria prodigiosa. Gracias a esa virtud, habían logrado dar con el camino hasta el arrecife de coral donde vivían tras pasar varios meses en mar abierto.
Casi todos los peces de la especie de Lupito eran naranjas con franjas blancas, pero también los había de tonos amarillos e incluso rojos. Además, tenían tres franjas blancas. En la cabeza, la zona central del cuerpo y la cola. Las hembras eran más grandes que los machos y, ese día, llegaron las primeras al arrecife de coral donde sus amigos les estaban esperando.