Nuna era una gaviota que acababa de salir de su cascarón. Se pasaba las horas en el nido esperando a que sus padres le trajeran comida. De vez en cuando salía a pasear con ellos, pero siempre subida en alguno de los dos, porque era demasiado pequeña para volar sola y podía caerse.
Un día, mientras jugaba en el nido esperando a la hora de la comida, vio que en una rama cercana había otro nido donde revoloteaba un pequeño gorrión.
-¿Vienes a jugar conmigo?- le preguntó a Nuna.
- ¿Volar sola?- respondió - No, soy muy pequeña y puedo caerme.
El gorrión continuó revoloteando algo sorprendido por el miedo de la pequeña gaviota y le contestó:
-Pues mis papás quieren que aprenda por mí mismo y me enseñan a volar solo. Aunque de vez en cuando tropiece, me enseñan a levantarme y a retomar el vuelo.
Dicho esto, desapareció volando. Nuna se quedó pensativa y decidió hablar con sus padres para que le dejasen algo más de libertad. Sin embargo, sus padres no dieron su brazo a torcer.
Fueron pasando los días y vio como su amigo gorrión volaba cada vez mejor. Un día unos gamberros empezaron a tirar piedras a los árboles y a los nidos de Nuna y del gorrión. Los padres de la gaviota habían salido a buscar comida y estaba sola.
-¡Auxilio! -comenzó a gritar desesperada.
Al momento apareció el gorrión y empezó a picotear a aquellos niños malvados en las manos. Nuna se dio cuenta de que, si se hubiera atrevido a volar fuera del nido, se habría podido defender ella sola de aquellos molestos atacantes. El gorrión le dijo que era normal que tuviera miedo a intentar hacer las cosas por sí misma.
-Piensa en todas las aventuras que podremos vivir juntos cuando vueles sola- animó a la gaviota.
-La verdad es que tengo muchas ganas de volar sola, buscar mi propia comida y darme chapuzones en el mar.
Y así Nuna aprendió a volar. Tuvo que pasar un pequeño susto para tener el valor suficiente para intentarlo, pero al final se sintió muy orgullosa de sí misma.