Mr. Pupas era un ladrón poco común. Su estrategia consistía en engañar a las personas haciéndose pasar por alguien que había sufrido un accidente. Y cuando le invitaban a pasar para curarle las heridas, Mr. Pupas robaba todo lo que podía y se marchaba.
Todo el planeta estaba en alerta, porque Mr. Pupas podía actuar en cualquier lugar. Esto hacía muy difícil encontrarlo. A Mr. Pupas le gustaba mucho viajar, y se costeaba sus viajes robando allá donde iba.
Tal era el problema que se creó una unidad internacional de policía dedicada solo a perseguir a Mr. Pupas. Nadie conocía la identidad del agente encargado de su captura salvo su equipo, por lo que recibió el nombre en clave de Mr. Mercromino, en honor a una sustancia que antiguamente era muy popular para curar heridas llamada mercromina.
Mr. Mercromino persiguió a Mr. Pupas por decenas de países, pero siempre llegaba tarde. Un día, Mr. Mercromino decidió dejar de perseguirle. El equipo especial de agentes estaba asustado.
- ¡No podemos dejarlo ir! ¡Hay que atraparlo! ¡Nos pondrán de patitas en la calle! -decían los agentes.
-Tranquilos -dijo el agente Mr. Mercromino-. Lo atraparemos, pero de otra forma. Le tenderemos una trampa. Él vendrá a nosotros.
Mr. Mercromino explicó a su equipo que Mr. Pupas nunca robaba dos veces en la misma ciudad ni diez veces en el mismo país. También explicó que había encontrado la fórmula que utilizaba el ladrón para buscar su próximo objetivo.
-Según mis cálculos -explicó, sacando un mapa- el próximo robo será cometido cerca de la frontera entre España y Portugal, concretamente en el norte, cerca de la costa.
-¿Para qué nos sirve eso? -preguntó un agente.
-Nos instalaremos cerca, en la mansión de una familia de aristócratas alemanes coleccionistas de arte que habían elegido Galicia para disfrutar de su jubilación -dijo Mr. Mercromino-. Ya he hablado con ellos y no quieren perder su valiosa colección.
Tres semanas tuvieron que esperar a que una persona llamara a la puerta de la mansión pidiendo auxilio, pues se había caído de la moto y estaba herido.
-¡Atentos! -dijo Mr. Mercromino-. No le perdáis de vista. Si no le pillamos con las manos en la masa no podremos detenerle ni acusarle.
El accidentado fue atendido por el señor y la señora Vanderbilden, que le ofrecieron su casa para recuperarse de sus heridas, que no parecían graves.
A los tres días, mientras toda la casa dormía, el accidentado pasó a la acción. Pero no contaba con la rápida actuación de Mr. Mercromino, que lo estaba esperando, paciente y atento.
-
¡Te pillé! -dijo Mr. Mercromino.
- ¡Oh, no! -gritó Mr. Pupas-. Creí que te habría despistado.
- ¡Soy más listo que tú! -dijo Mr. Mercromino-. Confiesa tus crímenes y desvela el paradero de lo que te queda del botín. Solo así hablaré con el fiscal para que no te encierre en la mazmorra más oscura y sombría del planeta.
Mr. Pupas confesó que solo se quedaba con lo que necesitaba para vivir y viajar, y que el resto lo donaba a las casas de caridad de las ciudad por las que pasaba.
Tras comprobar que lo que decía era cierto, Mr. Pupas recibió un castigo justo, porque robar y dar parte del botín a los que lo necesitan sigue siendo un delito, a pesar de que se tengan buenas intenciones.
Así lo aprendió Mr. Pupas que, desde la cárcel, prepara un libro en el que narra sus aventuras y todo lo que ha aprendido. Todo lo que gane lo destinará a obras de caridad. Es su forma de pedir perdón y de conseguir el fin que más le importa: ayudar a los que más lo necesitan. Esta vez lo conseguirá, pero sin saltarse la ley y respetando los derechos de los demás.