Lolo era un niño que todos los días, al volver del cole, se paraba a jugar en el parque que había cerca de su casa. Le encantaba ese sitio porque se entretenía observando todo tipo de insectos con su pequeña lupa. De hecho, tenía su propia colección de bichos disecados en su habitación y le encantaba enseñársela a sus amigos. También pasaba el rato en el parque buscando hojas con formas raras y flores que guardar en otro álbum para luego estudiarlas.
Un día de otoño, bajo un árbol de melocotones, descubrió una gran hilera de setas y notó que algo se movía entre ellas. Cuando se acercó, vio que sobre cada una de esas setas había un diminuto gnomo. Se frotó los ojos para comprobar que no era un sueño. Mientras, los gnomos le miraban con ojos curiosos y una gran sonrisa. Se puso a charlar con ellos y se hicieron buenos amigos. Desde ese momento, cada tarde Lolo regresaba del cole lo antes posible, cogía el bocata de la merienda y corría al árbol donde vivían los gnomos.
Pasaron los meses y llegó el invierno. La nieve lo cubrió todo y Lolo tuvo que dejar de ver a sus queridos amigos porque sus padres no le dejaban salir a jugar al parque. Esperaba que no les faltase comida y pudieran resguardarse hasta que llegase el buen tiempo. Hasta habló con una paloma amiga suya para que, en su ausencia, le llevase algo de comida de su parte.
Un día, el padre de Lolo le dijo al niño que tenían que ir a coger setas al bosque para la cena. El niño, horrorizado, le rogó que no lo hicieran porque tenía miedo de que cogiesen aquellas en las que vivían s
us amigos los gnomos. El padre se rio diciendo que su hijo tenía demasiada imaginación, que los gnomos no eran más que seres de cuento que no existían en la realidad. De todos modos, como vio a Lolo tan alterado, su padre decidió que no irían a por setas, sino que cenarían otra cosa. A la mañana siguiente, a los pies de la cama de Lolo apareció una gran cesta de fruta. Nunca lo pudo saber, pero siempre tuvo de seguridad de que se la habían dejado los gnomos en señal de agradecimiento por haber salvado sus setas.