Ramón, el matón
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Ramón, el matón

Edades:
A partir de 4 años
Valores:
Ramón,  el matón La rutina de Ramón era siempre la misma: se levantaba de su cama de muy mal humor, se ponía cualquiera de las prendas que encontraba tirada en el suelo de su habitación, tomaba su mochila y se dirigía a la escuela. Y llegaba a la escuela refunfuñando. Además, a todo el que se cruzaba maltrataba.

Ramón era el bully del colegio. A Carlitos, por ser unos años menor, todos los días le robaba su almuerzo y sus chuches. Si ofrecía alguna resistencia, Ramón el matón golpeaba a Carlitos, y si no, de todos modos, lo insultaba.

Ricardo usaba lentes, y Ramón se encargaba de burlarse de ello con cientos de apodos, de los cuales “cuatro ojos” era el más amable. A Susana le remarcaba lo ridículo de sus peinados y de sus vestidos. La niña se iba todos los días llorando a su casa por los dichos de Ramón. Y así con todos, por ello todos los niños temían a Ramón y se sentían muy mal con su presencia y actitudes.

Pero Jorge era muy curioso, y a pesar de que se sentía mal como todos los niños con la situación, se preguntaba por qué Ramón era así.

Un buen día Jorge espero a la salida del colegio a Ramón para hablarle.

—Hola Ramón, ¿Cómo estás?

—-No es tu asunto batracio.

Jorge, en silencio siguió caminando al lado de Ramón.

—Si sigues caminando a mi lado te voy a golpear.

—Pues hazlo, será divertido —respondió Jorge, desafiante.

—Idiota —murmuró Ramón sin mirar a Jorge y acelerando su marcha.

Al llegar a su casa, Ramón entró y dio un portazo en la cara de Jorge sin saludarlo.

Los días siguientes Jorge hizo lo mismo y acompañó a Ramón a su casa.

—¿Otra vez me sigues, batracio?

—Pues ya ves que sí.

— Te voy a golpear de una manera que no olvidarás —dijo Ramón.

—¡Qué bueno!

—¿Acaso eres más idiota de lo que yo pensaba?

—Pues averígualo —respondió Jorge.

Ramón respiro fuerte, y siguió caminando con su compañero hasta su casa, donde entró nuevamente con un fuerte portazo.

Así pasaron días, semanas y meses. Jorge, además de curioso, era muy persistente. Todo siguió igual hasta un día en que Ramón en vez de dar un portazo. Se dio la vuelta, miró a Jorge y le dijo;

—Oye batracio, ¿quieres pasar?

—Claro que sí, Ramón.

Los dos niños entraron y Ramón, sin decir una palabra, sirvió dos vasos de leche y cogió unas galletas para compartir. No había nadie en la casa. La casa se veía muy descuidada.

Ramón,  el matónRamón dejó ver a Jorge una cara de él que nadie conocía. Se mostró más amable y aunque con modales un poco rudos, le contó de su realidad a Jorge. Su vida era bastante dura para ser un niño. Sus padres no estaban casi nunca en la casa, y cuando estaban no le daban mucha atención… casi nada.

Ramón debía ocuparse de prepararse su comida, y de arreglar su ropa para ir al colegio. De tantas mudanzas que había tenido no había logrado hacer ningún amigo. Los días siguieron transcurriendo y tras las caminatas, Ramón invitaba a Jorge a tomar la leche. Cada vez Ramón se abría más a Jorge, y así los niños forjaron una bonita amistad.

Poco a poco Ramón fue cambiando su actitud con los demás niños de la escuela, y los niños al ver ese cambio también fueron aceptando su amistad. A partir de entonces Ramón y Jorge se convirtieron en mejores amigos; eso sí, Ramón jamás dejó de llamarle batracio a Jorge.
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