Trueno era un caballo de carreras. Durante años, Trueno había ganado todas las competiciones en las que había participado. Nadie podía con el poderoso y ágil Trueno.
Como era un caballo ganador, todo el mundo le cuidaba. Por eso Trueno estaba siempre limpio y brillante. Comía su comida favorita y su agua siempre estaba limpia y fresca.
Pero un día hubo un incendio en la casa donde vivían los humanos. Trueno, al ver que estos estaban en peligro, se las arregló para escapar y ayudarlos.
Trueno ayudó a todas las personas que acudieron al rescate. No hubo daños humanos de gravedad, pero el esfuerzo que hizo el caballo fue tal que quedó mal de una pierna.
Todo el mundo estaba le estaba muy agradecido a Trueno, y durante semanas lo cuidaron, dándole el trato de héroe que se merecía. Pero con el tiempo, cuando estuvo mejor, se olvidaron de él, porque jamás volvería a ser el caballo de carreras que había sido y había que entrenar y cuidar a otros que pudieran sustituirlo.
Aun así, Trueno siguió viviendo en su cuadra. Allí iba a visitarlo todos los días Casandra, la hija del jockey que tantas veces había montado a Trueno y con el que tantas veces había ganado el primer premio. Trueno había salvado a Casandra del fuego, y ella no lo olvidaba.
Casandra de mayor también quería ser jockey, como su papá. Por eso todos los días le decía a Trueno:
—El día que me estrene como jockey lo haré contigo, viejo amigo.
Todos los que la oían sentían una profunda tristeza, porque sabían que Trueno jamás podría volver a competir. Y también por la niña, pues esta tenía Síndrome de Down y nadie creía que pudiera conseguir ser jockey.
Y llegó el día en que Casandra habló con su padre para que la dejara competir con Trueno.
—Hija, no creo que sea buena idea —decía su padre—. Trueno no puede correr.
—Déjame, por favor. Se lo he prometido a Trueno —dijo la niña—. Se merece una última carrera.
El padre accedió, a pesar de todo.
Sonó el pistoletazo de salida. Todos los caballos salieron corriendo. Trueno salió también, pero no podía galopar. Ni siquiera podía trotar.
—¡Ánimo, amigo! —decía Casandra—. Da igual cuánto tardemos en llegar. Demuéstrales a todos de qué pasta estás hecho.
Animado por la dulce voz de la niña, Trueno caminó tranquilamente hacia la meta, erguido y elegante, como siempre había sido, llevando orgulloso a aquella muchacha que tanto amor le daba.
La gente murmuraba y se miraba extrañada, preguntándose que hacían aquellos dos. Todos los caballos habían llegado a la meta, pero a Trueno y a Casandra todavía les faltaba un poco para completar la primera vuelta.
Enseguida empezó a correr de boca en boca la historia de Trueno y de Casandra. Y no tardaron mucho en empezar a oírse aplausos y gritos de ánimo.
Y así llegaron Trueno y Casandra a la meta, entre vítores y aplausos. Incluso los otros jockeys se unieron a la ovación.
Ese día Trueno y Casandra no ganaron la carrera, pero les dieron a todos una valiosa lección de valentía, gratitud y superación. Trueno y Casandra no ganarían ninguna carrera más, pero se habían ganado el corazón de la gente. Dejaron claro que eran unos auténticos campeones.