En una esquina del taller, entre pequeñas manchas de aceite, pañuelos de trapo y ruedas grandes, se encuentra un pequeño coche rojo llamado Turbo. Hace diez años que ese lugar es su hogar, desde que su último dueño lo dejó ahí parado y decidió que ya no lo veía capaz de llevarlo a ningún sitio, nadie había vuelto a utilizarlo, cuidarlo y divertirse con él.
Cuando llegaba la noche bajaba las persianas de sus faros y soñaba con largas carreteras, con intensas curvas, con paisajes a su alrededor desconocidos de los que aprender como hacía los primeros años.
Cuando llegaba la mañana a veces se sentía solo, pero otras veces no, porque observaba a los dueños del taller cómo arreglaban a otros compañeros coches, hablaba con ellos mientras los cuidaban. También las cajas de cambio, las ruedas y otros amigos le contaban cosas y se reían de las cosas que pasaban por el taller.
Un buen día un chico nuevo llegó al taller. Era un joven que había acabado sus estudios y que se encontraba probando con el oficio. Estuvo dando una vuelta por el taller tocando todos los coches, descubriendo sus partes y sacando fotos de todas las piezas. El joven estaba emocionado de poder tener contacto con tantos coches y en pensar en arreglarlos y dejarlos como nuevos.
A última hora de la tarde Turbo sintió que alguien posaba sus manos en su puertas. Javier, que así se llamaba el joven, estaba revisándolo. Cuando acabó de explorarlo, Turbo oyó como le decía al jefe:
-Me encanta este coche, ¿Podría repararlo?
-Hay coches más interesantes que ese, que es un viejo trasto, pero si lo quieres, todo para ti,
Turbo se sintió triste por un momento al oír las palabras del jefe del taller, pero de repente un globo de felicidad estalló en su motor al oír que el joven decía que tenía ganas de repararlo porque su padre había tenido un coche similar y le hacía ilusión poder probar uno que funcione. ¡Qué maravilla! Repararlo era darle una nueva vida. Turbo estaba encantado.
El joven empezó por limpiarlo, Turbo se reía por las cosquillas que le hacía. Después reparó sus golpes. Turbo se sentía más guapo. Así, poco a poco y día tras día, hasta que tras dos semanas el joven decidió que ya había conseguido su objetivo.
Turbo sintió como después de diez años sus puertas se abrían, su motor emitía música y volvía a moverse. Era la mejor sensación del mundo. Para agradecerle toda la ayuda a Javier, Turbo intentó hacer un esfuerzo y moverse a buena velocidad para que los dos pudieran cumplir su sueño y recorrer las calles de la ciudad sintiendo que podrían llegar muy lejos.