Había una vez un Corderillo sediento que estaba bebiendo en un arroyuelo. En esto estaba ocupado el Corderillo cuando llegó en esto un Lobo en ayunas, buscando jaleo y atraído por el hambre.
-¿Cómo te atreves a enturbiarme el agua? -dijo el Lobo, malhumorado, al Corderillo-. Castigaré tu temeridad.
-No se irrite, Vuesa Majestad- contestó el Cordero-. Considere que estoy bebiendo
en esta corriente veinte pasos más abajo, y así mal puedo enturbiarle el agua.
-Me la enturbias -gritó el feroz animal-, y me consta que el año pasado hablaste mal de mí.
-¿Cómo había de hablar mal yo de usted, si no había nacido todavía? Ni siquiera estoy destetado todavía, que aún me amamante mi madre.
-Si no eras tú, sería tu hermano -dijo el Lobo .
-No tengo hermanos, señor -dijo el Cordero.
-Pues sería alguno de los tuyos -dijo el Lobo, cada vez más enfadado-, porque me tenéis mala voluntad a todos vosotros, vuestros pastores y vuestros perros. Lo sé de buena tinta, y tengo que vengarme.
Dicho esto, el Lobo cogió al Cordero, lo llevó al fondo de sus bosques y se lo comió, sin más auto ni proceso.
Y es que de poco sirve razonar, que la razón del más fuerte siempre es la mejor.