Había una vez un rey, cuyo hijo aspiraba a casarse con la hermosa hija de otro poderoso monarca. La doncella se llamaba Maleen. Sin embargo, le fue negada su mano, pues su padre la destinaba a otro pretendiente.
Como los dos se amaban de todo corazón y no querían separarse, dijo Maleen a su padre:
- No aceptaré por esposo a nadie sino a él.
Enfurecido el padre, mandó construir una torre sin ventanas. Cuando estuvo terminada, le dijo:
- Te pasarás encerrada aquí siete años; al término de ellos, vendré a ver si has cambiado de opinión.
Llevaron a la torre comida y bebida para los siete años, y luego fueron conducidas a ella la princesa y su camarera. En plenas tinieblas, no sabían ya cuándo era de día o de noche.
Cuando ya les quedaban poquísimas provisiones y preveían una muerte angustiosa, dijo la doncella Maleen:
- Hemos de hacer un último intento y ver si conseguimos perforar la muralla.
Tras mucho trabajo lograron hacer abertura lo bastante grande. La doncella Maleen y su camarera salieron, pero nos sabían a dónde ir. El enemigo había destruido todo el reino y expulsado al Rey.
Se pusieron en camino en busca de otro país, pero en ninguna parte encontraban refugio ni nadie que les diese un pedazo de pan. Y para matar el hambre comían ortigas.
Al fin llegaron a una gran ciudad, y se dirigieron al palacio real, donde el cocinero las admitió como fregonas.
Y resultó que el hijo del Rey del país donde había ido a parar era precisamente el enamorado de la doncella Maleen. Su padre le había destinado otra novia, tan fea de cara como perversa de corazón. Estaba fijado el día de la boda, y la prometida había llegado ya.
La muchacha se mantenía encerrada en su aposento, y la doncella Maleen le servía la comida. Al llegar el día en que hubo de presentarse en la iglesia con su novio, se avergonzó de su fealdad y temiendo que, si se exhibía en la calle, la gente se burlaría de ella, dijo a Maleen:
- Te deparo una gran suerte. Me he dislocado un pie y no puedo andar bien por la calle; así, tu te pondrás mis vestidos y ocuparás mi lugar. Jamás pudiste esperar tal honor.
Pero la doncella se negó, diciendo:
- No quiero honores que no me correspondan.
Fue también inútil que le ofreciese dinero; hasta que, al fin, le dijo, iracunda:
- Si no me obedeces, te costará la vida. Solo he de pronunciar una palabra, y caerá tu cabeza. Y, así, la princesa no tuvo más remedio que ceder y ponerse los magníficos vestidos y atavíos de la novia. Al presentarse en el salón real, todos los presentes se asombraron de su hermosura, y el Rey dijo a su hijo:
- Ésta es la prometida que he elegido para ti. S e sorprendió el novio, pensando lo mucho que se pareceía a su princesa Maleen.
Tomándola de la mano, la condujo a la iglesia y, encontrando en el camino una mata de ortigas, dijo ella:
-Mata de ortigas. mata de ortigas pequeñita, ¿qué haces tan solita? Cuántas veces te comí, sin cocerte ni salarte, ¡desdichada de mí!.
- ¿Qué dices? -preguntó el príncipe.
- Nada -respondió ella-, solo pensaba en la doncella Maleen.
Se admiróse él al ver que la conocía, pero no replicó. Al subir los peldaños de la iglesia, dijo ella:
-Escalón del templo, no te rompas, yo no soy la novia verdadera.
- ¿Qué estás diciendo?- preguntó otra vez el príncipe.
-Nada -respondió la muchacha-; solo pensaba en la doncella Maleen.
- ¿Acaso conoces a la doncella Maleen?
- No -repuso ella-. ¿Cómo iba a conocerla? Pero he oído hablar de ella. Y, al entrar en la iglesia, volvió a decir:
- Puerta del templo, no te quiebres, yo no soy la novia verdadera.
- ¿Qué es lo que dices? -inquirió él.
- ¡Ay! -replicó la princesa-. Solo pensaba en la doncella Maleen. Entonces el príncipe sacó una joya preciosa, se la puso en el cuello y cerró el broche. Entraron en el templo y, ante el altar, el sacerdote unió sus manos y los casó. Luego, él la acompañó de nuevo a palacio, sin que la novia pronunciase una palabra en todo el camino.
Ya de regreso, corrió ella al aposento de la prometida y se quitó los vestidos y preciosos adornos, poniéndose su pobre blusa gris y conservando solo , la joya que recibió del príncipe.
Al llegar la noche, la malvada princesa prometida fue con el marido y se cubió el rostro con el velo, para que él no se diera cuenta del engaño. En cuanto se quedaron solos, preguntó el esposo:
- ¿Qué le dijiste a la mata de ortigas que encontramos en el camino? -
¿Qué mata de ortigas? -replicó ella. Yo no hablo con ortigas.
- Pues si no lo hiciste, es que no eres la novia verdadera repuso él. La prometida procuró salir de apuros diciendo:
-Preguntaré a mi criada, que de todo está enterada.
Salió y a la doncella Maleen le preguntó:
- Desvergonzada, ¿qué le dijiste a la mata de ortigas?
- Sólo le dije: "Mata de ortigas, mata de ortigas pequeñita, ¿qué haces tan solita? Cuántas veces te comí, sin cocerte ni salarte, ¡desdichada de mí!."
La prometida entró nuevamente en el aposento y dijo:
- Ya sé lo que le dije a la mata de ortigas -y repitió las palabras que acababa de oír.
- Pero, ¿qué dijiste al peldaño de la iglesia, al subir la escalinata? -preguntó el príncipe.
- ¿Al peldaño? -replicó ella-. Yo no hablo a los peldaños.
- Entonces, tú no eres la novia verdadera.
Entonces, ella salió a preguntar a la doncella Maleen, que le respondió lo que había dicho. Y así se lo dijo al esposo.
Pero, ¿qué le dijiste a la puerta de la iglesia? - preguntó él.
¿A la puerta de la iglesia? -replicó ella-. Yo no hablo con las puertas de las iglesias. -
Entonces tú no eres la novia verdadera.
Salió ella y preguntó furiosa a la doncella Maleen, quien le contó lo que había dicho, y así se lo dijo a él.
- Pero, ¿dónde tienes la alhaja que te di en la puerta de la iglesia? -preguntó el espso.
- ¿Qué alhaja? -preguntó ella-. No me diste ninguna.
- Yo mismo te la puse en el cuello; si no lo sabes, es que no eres la novia verdadera.
Le apartó el velo del rostro y al ver su extrema fealdad, retrocediendo asustado exclamó:
- ¿Cómo has venido aquí? ¿Quién eres?
- Soy tu prometida, y he tenido miedo de que la gente se burlase de mí si me presentaba en público, y mandé a la fregona que se pusiera mis vestidos y fuese a la iglesia en mi lugar. -
¿Y dónde está esa muchacha? -dijo él-. Quiero verla. ¡Ve a buscarla!
Salió ella y dijo a los criados que la fregona era una embustera, y les dio orden de que la bajasen al patio y le cortasen la cabeza. Ya se disponían a llevársela, cuando ella pidió auxilio, y el príncipe, oyéndolos, salió de su habitación y ordenó que la dejasen en libertad.
El príncipe vio que llevaba en el cuello el collar que le había dado en la puerta de la iglesia.
- Tú eres la auténtica novia -exclamó-, la que estuviste conmigo en la iglesia. Ven a mi cuarto. Y, cuando estuvieron solos, le dijo:
- En la entrada de la iglesia pronunciaste el nombre de la doncella Maleen, que fue mi amada y prometida. Si lo creyera posible, diría que la tengo ante mí, pues tú te pareces a ella en todo.
Respondió ella: - Yo soy la doncella Maleen, que por ti vivió siete años encerrada en una mazmorra tenebrosa. Contigo me han unido en la iglesia, y soy tu legítima esposa.
Y se besaron y fueron ya felices todo el resto de su vida.