Había una vez una dama de la corte que ofreció una cena en su casa. Entre los invitados figuraban dos hadas: la Dama de la Fortuna y la Señora de la Preocupación. Las dos hadas hablaban sobre unos chanclos de la suerte:
-Me los han regalado por mi cumpleaños -dijo la Dama de la Fortuna . La persona que los calce podrá ver sus deseos cumplidos y será muy feliz.
-¿Dices que será muy feliz? -dijo la señora de la Preocupación-. Yo creo que aquel que los utilice será muy desgraciado y añorará el momento en que se los pueda quitar.
Dicho esto, ambas acordaron dejar los chanclos en la puerta y observar a quien decidiera ponérselos. Un escribiente que había asistido a la reunión que se quería retirar pronto a descansar cogió los chanclos por error. Tan cansado estaba que no se dio cuenta de que se equivocaba de calzado.
Nada más poner un pie en la calle le dio por pensar cómo serían las cosas hacía algunos años, cuando aún no había coches, cuando la vida era más tranquila.
-Me gustaría conocer los tiempos del Rey Hans en esta tierra.
Dicho y hecho, los chanclos de la suerte le transportaron a la época en que las calles no estaban aún empedradas, ni iluminadas por los faroles.
Al no conocer el detalle de que había cambiado sus zapatos por los chanclos mágicos, creyó estar enfermo, ya que no reconocía la calle en que se encontraba. Había mucho barro en el suelo y muy poca luz. El escribiente intentó encontrar el camino a su casa, pero en aquella época aún no había sido construída. Tan perdido estaba que creía que la locura había hecho huella en él.
-¿Se deberá este desconcierto al vaso de vino que tomé con la cena? ¡Cómo deseo estar en mi cama!
Dicho y hecho, los chanclos hicieron que al instante estuviera tumbado confortablemente en su alcoba.
- ¿Qué está ocurriendo? ¿Me habré dormido y ha sido todo un sueño?
Y, con los chanclos a su lado, descansó hasta la mañana siguiente. Al levantarse calzó de nuevo los mágicos zapatos y salió a la calle en dirección a su trabajo.
-Es una mañana realmente bella, si pudiera volar como esos pajarillos y disfrutar así del viento...
Dicho y hecho, estaba volando por los aires, recorriendo la ciudad a gran altura, por encima de los tejados y las chimeneas.
-Es preocupante lo que me está pasando, ¿será que me vuelto a quedar dormido?
Es natural que, no conociendo los poderes del calzado que llevaba, el escribiente no pudiera creer lo que le estaba pasando, pues la situación era increíble.
-Espero poder recordar esto cuando despierte, pues lo cierto es que es un fantástico sueño, aunque me está entrando hambre. Ahora me gustaría estar en casa, enfrente de un buen plato caliente de sopa.
Dicho y hecho, en un instante se encontró sentado a la mesa de su casa. Mientras saboreaba el reconfortante caldo, se puso a pensar en los extraños sucesos que le estaban ocurriendo.
-No entiendo nada, tan pronto me parece haber retrocedido en el tiempo, como me encuentro sobrevolando la ciudad como un pajarillo. Por más vueltas que le doy, no consigo encontrar explicación alguna.
-Aunque no es extraño que no pueda dar con la clave del enigma -continuó-, pues hay muchas cosas que escapan a mi entendimiento. Por ejemplo, las estrellas. Sabemos tan poco sobre ellas...¡sería fantástico poder visitarlas! Dicho y hecho, los chanclos de la suerte actuaron de nuevo y el escribiente se encontró recorriendo el espacio exterior a la velocidad de la luz.
En la tierra, su cuerpo yacía inerme, pues los viajes siderales no pueden realizarse con los cuerpos humanos. Las dos hadas flanqueaban el cuerpo y la Preocupación decía a la Fortuna.
-¿Compruebas ahora que tus chanclos no dan la felicidad?
-No opino como tú- contestó la Fortuna - pues al menos este hombre descansa en paz eterna.