Manuela tenía todos los días para merendar un bocadillo de mortadela. Pero nunca se lo comía, porque decía que no le gustaba.
-No me voy a comer el bocadillo de mortadela -decía Manuela.
-Pues no hay otra cosa, así que tú verás lo que haces -le día su mamá.
Pero Manuela, como era muy cabezota, esperaba a que su madre se diera la vuelta y tiraba el bocadillo a la basura.
Un día, la madre de Manuela descubrió el bocadillo en la basura. Pero no dijo nada. Al día siguiente, comprobó la basura después de merendar y vio que el bocadillo estaba ahí otra vez.
Al tercer día, la madre de Manuela no hizo bocadillo para la niña.
-Mamá ¿hoy no hay nada de merendar? -preguntó Manuela.
-No -dijo mamá-. He visto lo que haces con el bocadillo de mortadela. Si lo has tirado todos estos días será porque no tienes hambre. Así que a partir de ahora no merendarás.
La familia de Manuela apenas tenía dinero, y comían de lo que les daban en el banco de alimentos.
-Pero, mamá…. -protestó Manuela.
-
No tienes ningún derecho a tirar la comida, y menos la que nos regalan -dijo mamá-. Otros niños estarían encantados de poder comer lo que tú tiras. Y si es mortadela lo que nos dan, es mortadela lo que se come.
-Lo siento, mamá -se disculpó Manuela.
A partir de ese día Manuela no volvió a protestar por la comida. Ni siquiera al día siguiente, cuando su madre le volvió a ofrecer el bocadillo de mortadela. ¡Qué bueno le supo entonces el bocata!