Adalid era un monstruo amarillo, con enormes ojos verdes, mucho pelo, unos cuernos afilados y naranjas al lado de sus orejas, y unos grandes zapatones azules. A pesar de todo, era un monstruo muy simpático. Es raro en alguien que se hace llamar monstruo, pero no elegimos con que forma nacemos.
Adalid tenía muchos amigos, pero cada vez que un grupo de monstruos quería salir a asustar niños y a luchar contra fantasmas nadie lo llamaba porque para todos era el monstruo que no sabía asustar.
¿Qué era lo que sucedía cada vez que Adalid lo intentaba? Que los niños pensaban que era un peluche, no era muy alto y su mata de pelo le hacía parecer un animal cariñoso más que un monstruo de las profundidades. A veces ponía cara de enfado e incluso abría en exceso sus ojos verdes para parecer peligroso solo conseguía que los niños se dieran media vuelta y que incluso pensaran que lo que habían visto era una sueño.
Nuestro monstruo había probado de todo, había seguido a otros de su especie para ver como asustaban. La verdad que era increíble como conseguían que los niños gritaran, que pensaran en el monstruo al día siguiente o incluso llamaran a sus papás nada más que sentían sus pasos por la habitación. A Adalid solo lo descubrían cuando ya estaba encima de ellos porque era pequeño y el pelo amortiguaba sus pisadas terroríficas.
Un buen día Adalid se quejó una vez más merendando con sus amigos de que no le llamaran y uno de ellos le dijo:
- No todos tenemos que hacer las mismas cosas igual de bien. Tú a lo mejor no puedes asustar bien pero puedes vigilar bien y ayudarnos para que nadie nos pille entrando en la casa o podemos llevarte a los colegios de monstruos a hacer exhibiciones. No te centres solo en aquello que no sabes hacer bien, solo conseguirás sentir qu
e no vales para nada y al final quedarte bloqueado.
El consejo le sirvió mucho y a partir de ese momento se olvidó de ensayar sus gritos feroces delante del espejo, de intentar hacer sus ojos más saltones. Empezó a acompañarlos y ser el mejor vigilante del mundo mundial, cuando alguien tenía pesadillas él aparecía solo para que el niño se quedara con la imagen y no con el susto y todo iba mucho mejor y el resto de monstruos lo llamaban siempre.
Todos debemos de aprender de Adalid y dedicarnos a explorar lo que se nos da bien y no poner tanta atención en lo que se nos da mal.