Andrea y Manuel eran hermanos. Tenían 9 y 7 años respectivamente y aunque no tenían muchas aficiones en común, lo que más les gustaba era ver la tele juntos y comer toda clase de caramelos y chucherías. Su madre les reñía a menudo por comer tantas.
- ¡Un día os van a caer los dientes y el dentista os va a castigar sin que os salgan más los dientes! Además el ratoncito Pérez no va a traeros nada de regalo porque no cuidáis vuestros dientes. - les repetía constantemente su madre -
Pero Andrea y Manuel no le hacían ningún caso… hasta que un día las cosas cambiaron.
Cada domingo, como de costumbre, acompañaban a sus padres a la Iglesia y nunca se fijaban en la gente que había en la puerta pidiendo limosna, sin embargo ese domingo llamó su atención un niño que acompañaba a un anciano y ambos pedían ayuda insistentemente.
Andrea, al ver vio que ningún adulto se paraba a preguntarles qué les pasaba se soltó de la mano de su padre y se acercó al niño:
- Hola, ¿qué te pasa? ¿Por qué lloras y estás aquí pasando frío en vez de entrar dentro de la Iglesia? –
- Porque mi abuelito y yo necesitamos pedir dinero para comer.
- Si tienes hambre te puedo dar una cosa. A mi hermano y a mí no nos importa. – Dijo Andrea sacando una enorme bolsa de gominolas que llevaba escondida en el abrigo. – Aquí tienes.
- ¿A esto lo llamas comida? Esto solo son caramelos que hacen que caigan los dientes. Deberías cuidar los tuyos, a mi se me han caído muchos ya. Unas pocas chcuherías de vez en cuando está bien pero esta bolsa tan grande…No te preocupes, gracias de todas formas.
Sin que Andrea pudiera contestarle al niño su madre apareció y la cogió del brazo.
- Pero ¿dónde estabas? ¡Pensé que te habías perdido! Anda vamos dentro que ya ha empezado la misa.
A
ndrea se sintió mal durante todo el día pues lo que le había dicho el niño de la iglesia era verdad. Esa noche tuvo muchas pesadillas donde tanto ella, como su hermano Manuel, se levantaban por la mañana y al mirarse al espejo se le habían caído todos los dientes. Los demás niños se reían de ellos y nadie quería jugar con ellos. Se veía sola en un banco del recreo cuando en la imagen aparecía el niño de la Iglesia.
- Recuerda lo que te dije: todavía estás a tiempo, cuida lo que tienes. - decía el niño a Andrea en su sueño -
Cuando al día siguiente Andrea se despertó, fue rápidamente a lavarse los dientes. Después le contó su pesadilla a Manuel. Los dos se pusieron de acuerdo en que desde aquel día intentarían cuidar su más boca y no comer tantas gominolas y así con el dinero que se ahorrasen, podrían ayudar a otros niños que no habían tenido la suerte de nacer en una familia como la suya.