Así empezaron las aventuras de Agnus y Cástor
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Así empezaron las aventuras de Agnus y Cástor

Edades:
A partir de 3 años
Valores:
Así empezaron las aventuras de Agnus y Cástor En lo más profundo de la selva tropical, donde los árboles se entrelazan formando un techo verde y la vida bulle en cada rincón, viven Agnus y Cástor. Angus es un joven explorador que se pasa el día en busca de aventuras. Cástor es un viejo mono que cuida de él, siempre atento para que no caiga en las trampas, no le cacen los malvados y, sobre todo, para que coloque el mapa del derecho y lo siga como indica, y no como le apetezca.

El día que se conocieron, Angus acababa de llegar a la selva. Un libro antiguo le había dado la pista de un lugar en el que se habían reunido miles de mapas que llevaban a todo tipo de destinos. Solo tenía que encontrar aquel lugar. Era lo más parecido a una biblioteca de mapas del tesoro y lugares perdidos.

Agnus conoció allí a Cástor, el mono que guardaba la cueva.

—Hacía mucho que no venía ningún joven en busca de aventuras por aquí —dijo el mono a muchacho en cuanto lo vio.

—¿Tanto se me nota? —dijo el chico.

—Sí, a ver si duras un poco más que los demás —dijo el mono—. Me conformaría con que consiguieras llegar hasta el final del primer mapa.

—Vaya, parece complicado —dijo el chico—. Por cierto, soy Agnus.

—Yo soy Cástor —dijo el mono—. Puedes entrar en la cueva, ya que has llegado hasta aquí. Si consigues sacar un mapa, puedo acompañarte en el camino, si te parece bien.

—¡Genial! —dijo Agnus—. Vuelvo enseguida.

—Sí, seguro —murmuró Cástor, que sabía bien lo que le esperaba dentro.

Para su sorpresa, Agnus consiguió sacar un mapa de la cueva en menos de una hora.

—¡Sí que has sido rápido! —dijo Cástor—. Aunque estás lleno de heridas, tienes la ropa llega de rasgaduras y el pelo lleno de telarañas.

—Sí, bueno, es que me he caído un par de veces, no he seguido las indicaciones y me he metido por donde me ha parecido —dijo Agnus.

—Eso hacen muchos de los que vienen por aquí, y a muchos no les he vuelto a ver —dijo Cástor.

—¿Por eso quieres acompañarme? —preguntó Agnus.

—A todos se lo digo, pero tú eres el único que ha aceptado mi oferta —dijo Cástor.

—Pues pongámonos en camino —dijo Agnus—. He encontrado el mapa de una cueva que esconde un antiguo ídolo prehistórico.

—¿Llevas provisiones para el camino? —preguntó Cástor.

—Espera, creo que… creo que…—dijo Agnus, mientras miraba dentro de su mochila—. Creo que… ¡no! Casi no me queda comida, y apenas hay agua en mi cantimplora.

—Por no hablar de tu atuendo —dijo Cástor—. Si vas con esa ropa por la selva, llega de rasgaduras y agujeros, te vas a queda enganchado en algún arbusto. Por no hablar de los agujeros en tus botas y en tu sombrero.

—¿Qué hacemos entonces? —preguntó Agnus, con cara de preocupado.

—Dímelo tú, que eres el explorador —dijo Cástor. En el fondo, le encantaba enseñar a los novatos, y hacía mucho que ninguno le prestaba atención.

—Tendré que arreglar mi ropa y conseguir provisiones —dijo Agnus.

—Eso es, pero ya es tarde, y no no pretenderás dormir al raso y hace todo aquí mismo. ¿O sí? —dijo Cástor.

—¡Necesito construir un refugio! —dijo Agnus.

—Anda, ven conmigo, que eso corre de mi cuenta —dijo Cástor, mientras cogía al chico de la mano y se lo llevaba de allí.

—¡Qué suerte he tenido al encontrarte! —dijo Agnus—. No sé ni cómo he llegado a la cueva. El mapa que llevaba cada vez me enviaba a un sitio, creo que estaba embrujado.

Cástor le pidió a Agnus que le enseñara el mapa que le llevó a la cueva. Pero el muchacho no sabía muy bien cómo ponerlo.

âAsí empezaron las aventuras de Agnus y Cástor€”Verás, Agnus, la primera regla para seguir un mapa es colocarlo bien, siempre en el mismo sentido, y orientarse. Si no haces más que darle vueltas y cada vez lo pones de una manera es normal que te líes.

—Entonces, ¿no estaba embrujado? ¡Cachis! Eso hubiera sido genial.

En cuanto acabó de hablar, Agnus se cayó por un agujero.

—Deberías ir más atento —dijo Cástor—. Esta es una trampa básica que cualquier persona puede reconocer, chaval.

—Sí, es que iba despistado.

—En la selva no se puede despertar uno, Agnus. ¿Y si hubieras tropezado con una trampa de esas que lanzan troncos para derribar a los intrusos?

Se oyó un golpe.

—¿Cómo esta? —dijo Agnus.

Cástor tardó semanas en enseñar a Agnus las bases para ser un buen explorador. El muchacho, aunque estaba impaciente por salir a la aventura, sabía que tenía mucho que aprender, así que hizo caso a su nuevo amigo.

—¿Listo para tu primera aventura? —preguntó Cástor.

—¡Listo! —exclamó Agnus, emocionado, mientras salía corriendo del refugio.

—¡Agnus! ¿Dónde vas? Has dejado aquí todo el equipo —dijo Cástor.

—¡Ups! ¿Qué haría yo sin ti, amigo?

Y colorín colorado, las aventuras de Agnus y Cástor… ¡han comenzado!
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