Nicolás no podía creer lo que estaba viendo en el patio trasero de su casa. Allí mismo acababa de aterrizar una pequeña nave espacial. Todavía no había amanecido, pero la noche estaba tan estrellada que Nicolás pudo ver perfectamente que del interior de la nave salía algo caminando sobre dos pies.
La extraña criatura vio a Nicolás, pero no se asustó. Quien sí debió asustarse fue el conductor de la nave espacial, que enseguida salió volando, dejando a su compañero allí.
Cuando la criatura se dio cuenta de que le habían abandonado empezó a saltar y a chillar. Hacía mucho ruido. Nicolás tuvo miedo por él. Si le descubrían los mayores se lo llevarían y a saber qué cosas raras le harían.
-Calla, que te van a oír -dijo Nicolás-. Ven conmigo, yo cuidaré de ti.
La criatura fue hasta donde estaba Nicolás.
-Vamos a mi habitación.
Ya dentro, Nicolás pudo observar bien a su nuevo amigo. Aquella criatura de color azul era como una cabeza con piernas. Apenas levantaba un palmo del suelo. Con sus ojos saltones, la criatura miraba todo mucho interés. Sus dos dientes le daban una curiosa ternura a su sonrisa.
-Me llamo Nicolás -dijo el niño.
-Yo no tengo nombre -dijo la criatura.
-¡Hablas! -dijo Nicolás-. ¡Esto es genial! Pues yo te pondré uno. ¿Te parece bien?
-Me encantaría -dijo la criatura.
-Te llamaré Azulete. ¿Qué te parece? -preguntó el niño.
-¡Me encanta! Gracias, Nicolás.
Durante los siguientes días Nicolás se llevó a Azulete consigo a todas partes para enseñarle el planeta Tierra. Como era tan pequeño y tan peculiar, todo el mundo pensaba que era un muñeco. Y así pasó inadvertido.
-Me gustaría volver a casa, Nicolás -le dijo Azulete a su amigo un día.
-¿No estás contento aquí, conmigo? -preguntó Nicolás.
-Sí, pero me gustaría volver con mi familia. Los echo de menos -dijo Azulete.
-Te entiendo -dijo Nicolás-. Te ayudaré.
Durante muchas noches, Nicolás estuvo haciendo señales con una linterna usando el código que Azulete le enseñó. Una de esas noches llegó una nave a buscar a Azulete.
-Adiós, amigo. Nunca te olvidaré -dijo Nicolás.
-Ni yo a ti -dijo Azulete-. Gracias por todo. Volveré a visitarte.
Nicolás se quedó triste por la marcha de su amigo, pero a la vez se sentía muy satisfecho, porque le había ayudado a volver a casa. Porque eso es la amistad, hacer lo que sea mejor para el otro, aunque eso signifique dejarlo marchar.