Era la primera nieve del invierno. Todo estaba cubierto con un intenso manto blanco. Los árboles resistían el peso de la nieve en sus ramas mientras el sol brillaba con intensidad. Desde la cabaña donde estaban Marco y su hermana la vistas eran maravillosas.
Marco y su familia habían pasado la noche en un refugio de montaña que habían heredado de los abuelos. Era un lugar tranquilo y solitario donde podían disfrutar de la naturaleza.
Aquella noche no esperaban que nevara, y cuando al amanecer se encontraron aquel espectáculo no pudieron resistirlo. Marco y su hermana salieron corriendo a tirarse bolas de nieve y a hacer un muñeco enorme con botones en los ojos y una zanahoria en la nariz.
A lo lejos vieron llegar un perro que parecía exhausto. El pobre animal estaba herido y tiritaba de frío. En cuanto vio a los niños se puso a ladrar con las pocas fuerzas que le quedaban. Los niños un poco asustados por los ladridos del perro, avisaron a sus padres.
Los padres lo observaron. El perro ladraba, pero no se acercaba. Parecía querer decirles algo. Estaba inquieto y nervioso. El padre de Marco se acercó un poco más y le dio de comer al perro, pero éste, aunque parecía hambriento, no probó bocado. Marco se acercó y le dijo a su padre:
-Mira, papá, parece que lleva algo atado en el collar.
-Sí, hijo -respondió-. Parece un trozo de tela con algo escrito.
Con cuidado, el padre de Marco desató el trozo de tela. Parecía que habían escrito algo, pero la humedad había emborronado el mensaje. Con dificultad, padre e hijo consiguieron descifrar la palabra “ayuda”.
El perro cada vez estaba más nervioso. Intentaba volver sobre sus pasos y parecía estar invitando a Marco y a su padre a seguirle.
-Vamos con él, papá. Parece que hay alguien en apuros - dijo Marco.
Marco y su padre cogieron víveres y mantas, los metieron en su todoterreno y siguieron al perro. Era muy difícil conducir con tanta nieve. Tardaron un buen rato en llegar al lugar hacia el que les dirigía el valiente perro.
Refugiado bajo una pequeña cueva había un hombre malherido, que apenas podía moverse por el frío.
-Vamos, Marco, hay que llevarse a este hombre de aquí.
Marco ayudó a su padre a acomodar a aquel hombre en la parte trasera del coche y a quitarle aquella ropa húmeda para taparle con una manta. Marco se ocupó de él y del pobre perro durante el camino de vuelta.
La madre de Marco, temiéndose lo peor, había llamado a los servicios de emergencias y tenía preparado todo para recibir a los posibles heridos. La niña avisó a su madre cuando vio llegar el vehículo.
-¡Mamá, ya llegan, ya llegan!
Los servicios de emergencias estaban a punto de salir tras las huellas del todoterreno, pero ya no fue necesario.
Cuando Marco y su padre llegaron, cogieron al hombre y lo metieron en la cabaña para valorar su estado y se lo llevaron al hospital.
El perro pasó con Marco y su familia la noche. Al día siguiente fueron a visitar al hombre al hospital, que se recuperaba de su aventura.
-Gracias, amigos -dijo el hombre-. Os debo la vida. Me llamo Claus.
-El mérito es de tu perro, Claus. Sin él nunca te hubiéramos encontrado. Lo estamos cuidando hasta que te recuperes.
-Gracias de nuevo, vuestra generosidad y valentía serán recompensadas.
Al día siguiente era el día de Navidad y Marco volvió de nuevo al hospital, pero Claus ya no estaba. Las enfermeras le dijeron que se había recuperado milagrosamente y se había ido esa misma noche, pero que había dejado una nota para él.
“Tengo que marcharme para cumplir una importante misión. Cuida de mi perro hasta que vuelva, por favor. Con cariño, Claus”
El niño se marchó entristecido por no ver a su nuevo amigo, pero al mismo tiempo se puso contento de saber que estaba recuperado.
Ni Marco ni su familia volvieron a saber nada de aquel hombre. Pero desde entonces todas las mañanas de Navidad hay junto a los regalos una carta especial para Marco que dice:
“Gracias por cuidar a mi fiel amigo.”
Marco sabía que la compañía de aquel perro era su recompensa por haber sido tan valiente. Y, aunque nunca volvió a ver a Claus, sentía que estaba muy cerca, y el espíritu de aquella aventura le acompañó para siempre.