Belinda era una hada con mucho talento, pero con mal genio. Se enojaba fácilmente ante la menor provocación y le costaba perdonar. Además, era muy desagradable con la gente con la que tenía confianza, especialmente con las otras hadas. Aunque tampoco se libraban fácilmente de su trato desagradable los duendes, los enanitos ni nadie que se cruzara en su camino.
Con el tiempo, Belinda fue quedándose cada vez más sola. Ya nadie quería estar con ella. Pero era tan altanera y orgullosa que hacía como que no le importaba.
Belinda vivía en la última casita de su aldea. Normalmente la acompañaban varias hadas hasta casa y luego se daban la vuelta, para que no se quedara sola. Pero hacía tiempo que eso ya no pasaba.
Un brujo malvado lo sabía, pues observaba escondido detrás de unas rocas. Pacientemente, el brujo esperaba el momento oportuno para poder cazar alguna hada, pues necesitaba sus alas para un hechizo que estaba preparando.
Y había llegado su momento.
Una de esas tardes, el brujo salió al encuentro de Belinda y le ofreció algo que no podría rechazar.
—Soy representante de hadas —le dijo el brujo a Belinda— y he observado que tú eres maravillosa. Triunfarías en el mundo de la moda para hadas, ¿sabes? Serías la envidia de toda esta chusma. Si vienes conmigo te convertiré en una estrella.
Belinda no dudó ni un instante en irse con aquel extraño. Sin embargo, cuando llegó a la guarida del brujo se dio cuenta de lo que había hecho. Se asustó y comenzó a pedir ayuda. Pero ya era demasiado tarde la escuchó llorar.
El brujo le encerró en una jaula y le dio de comer. Pero Belinda no quiso tomar nada, temerosa de que aquello solo sirviera para empeorar las cosas. Y así era.
—¡No te daré otra cosa! —le gritó el brujo—. Esto es lo único que podrás comer, lo único que hará que tus alas estén listas para mi hechizo.
Eso fue lo que dio fuerzas a Belinda para contener su apetito. Pero no sabía qué hacer. Aun así, decidió esperar, a ver si surgía la oportunidad de escapar.
Al día siguiente todos echaron de menos a Belinda. ¿Dónde estaba? Enseguida todos fueron a buscarla. Exploraron su casa y se dieron cuenta de que no había pasado allí la noche.
Saltaron todas las alarmas y en cuestión de minutos todos los habitantes de la aldea y de las aldeas vecinas se organizaron para ir en busca del hada desaparecida.
Ajena a lo que estaba pasando, Belinda se desesperaba. Hambrienta y asustada, esperaba la oportunidad para escapar. Pero esta no llegaba.
—Tal vez si comiera y bebiera algo recuperaría fueras y tendría la mente más despejada —pensó Belinda. Pero desechó la idea enseguida. Mientras sus alas no le sirvieran al brujo podría usarlas para salir volando.
E
staba a punto de rendirse cuando sintió que algo se enganchaba a los barrotes de su jaula. Instantes después un enanito llegó hasta la jaula trepando por una cuerda. Con gran agilidad y maestría abrió la puerta y le dijo:
—Sal sin hacer ruido.
Belinda salió volando. Otras hadas la recogieron y todos salieron de allí. Un silbido sirvió para avisar al resto de hadas, enanitos y duendes de que ya podían dejar de entretener al brujo y huyeron.
Cuando llegaron a la aldea, Belinda les dijo:
—¡Os habéis arriesgado todos para ir a rescatarme! ¿Por qué? Todos me odiáis
—Eso no es verdad, Belinda —dijo una de sus amigas—. Eres tú la que nos apartas con tu actitud grosera, orgullosa y altanera. Jamás dejaríamos solo a ninguno de los nuestros.
A partir de entonces Belinda cambió de actitud. Ahora vuelve a tener amigas y se siente querida y respetada.
En cuanto al brujo, nunca más se supo de él. ¡A saber qué le hicieron las hadas, los duendes y los enanitos que se ocuparon de él mientras Belinda huía!